Arcos

La tragedia en Avellaneda

Hay gente que fue agredida, vulnerada, atacada, sin tener culpa alguna, sin efectuar ningún desmán, sin cometer actos violentos o irresponsables.

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A mí me gusta el fútbol, como a usted que lee esta columna.

Me gusta ir al estadio. No hay ningún panorama que me agrade más que cumplir el rito de asistir a la cancha, la que sea, a ver un poco de fútbol.

La verdad sea dicha, me da igual si el partido es intenso, dinámico, tiene muchos goles o empatan a cero. A mí me gusta el fútbol.

Y me gusta la gente a la que le gusta el fútbol. Me gusta ese código silencioso, ese mensaje tácito compartido, esa hermandad misteriosa, la única cofradía que persigo y promuevo.

Soy hincha de un equipo, al igual que usted. Al igual que usted, mi afición nace por motivos biográficos y personales, por lo tanto, el amor que siento por mi club es similar al suyo. Por eso no peleo ni compito, porque si lo hago traicionaría el propio amor que siento por los colores de mi club. Creo que los hinchas de verdad, los genuinos, somos más parecidos de lo que muchos creen.

Me gusta el fútbol, muchísimo, pero no se me va la vida en ello. No creo en los partidos de vida o muerte, no creo que el contrincante sea enemigo, no creo que la historia la escriben sólo los ganadores, no creo en las maldiciones, las mufas, los grupos de la muerte ni en los partidos de seis puntos. No me alegro cuando el rival pierde partidos ajenos. No creo que el fracaso del otro sea mi victoria.

Como me gusta mucho el fútbol, me duelen noches como la de Avellaneda. La tragedia, la barbarie. Reconocer el punto de inicio, la chispa que generó el desastre posterior, es una discusión difícil de precisar y tal vez no sea lo más relevante, porque el cáncer que ataca al fútbol sudamericano, la violencia promovida, aplaudida, descontrolada y permitida, tiene un radio de acción que excede sus márgenes, incluye confabulaciones, prebendas, chantajes, sobornos, narcotráfico y una serie de elementos tan ajenos al deporte más popular del mundo, al juego más lindo que tenemos.

La masacre en Avellaneda tiene muchos responsables y pocos inocentes. Pero los hay. Hay gente que fue agredida, vulnerada, atacada, sin tener culpa alguna, sin efectuar ningún desmán, sin cometer actos violentos o irresponsables.

Es urgente la justicia por esa gente. Como la justicia por la tragedia del Monumental en la noche del 10 de abril del 2025, donde dos personas no regresaron a casa. No hay justificación para la barbarie. No hay excusas para explicar la violencia. En el fútbol tampoco.

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