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La crisis del fútbol chileno no es producto del azar.

No sucedió de un día para otro.

Tiene larga data.

Y no fue azaroso. Fue una elección. Una decisión por parte del ilustre Consejo de Presidentes, cuyos miembros determinaron pulverizar la actividad. Cuando tomaron las riendas de la actividad fueron advertidos una y mil veces que esto podía suceder, hasta que sucedió.

¿Cómo esperar un resultado distinto cuando el organismo que toma decisiones está compuesto por dueños de clubes y representantes de jugadores? ¿Cómo esperar algo distinto si se toman decisiones de acuerdo a la popularidad o desprecio de las redes sociales? ¿Cómo esperar un resultado diferente si se interrumpen todos los procesos y se empieza de cero una y otra vez? ¿Cómo esperar otra cosa si es gente ajena al fútbol, que no proviene del fútbol y que seguramente no seguirá en el fútbol?

Es una imagen propia del país que se traslada al fútbol. Ocurre en otras áreas. Los diagnósticos y recetas sobre la educación pública suelen venir de gente que no conoce la educación pública. Las decisiones sobre la salud pública suelen ser analizadas por personas que no se atienden en la salud pública. El fútbol está en manos de gente que no es del fútbol, no lo quiere, no lo protege, no lo incentiva.

Por eso el panorama se ve tan oscuro hacia al futuro. Lo que sucede hoy con la selección chilena es sólo una consecuencia. De pronto aparecen faros a los cuales aferrarse, como alguna campaña internacional auspiciosa de algún club en torneos continentales. Pero no alcanza. No se trata de ser amargo o pesimista. Se ve poco. No se ve nada.

Se siguen tomando decisiones que nivelan hacia abajo. Se reduce la competencia. Se toman decisiones en pasillos. Contratar un buen abogado es tan importante como tener un delantero o un buen portero, porque las divisiones se zanjan por secretaría.

No vale la pena ni siquiera detenerse en las posibilidades matemáticas de ir al Mundial. Esto no se arregla ni siendo campeones del mundo.