País antifútbol
Algunos creemos qué tras esa espontánea reacción, tras ese impulso instantáneo, tras ese brinco motivante, se esconde un hechizo de dimensiones incalculables. Antes de los euros, antes de los millones, antes de los focos, antes de las redes sociales, antes de los influencers, está correr detrás de una pelota porque no te cansas de jugar con ella.
Hemos destruido buena parte de ese embrujo. Cada vez menos canchas, cada vez más restringidos los espacios para el juego por el juego, cada vez más sistematizados, donde el túnel es castigado, donde la gambeta es suprimida, donde pisar la pelota recibe una sanción.
Después nos quejamos por la falta de jugadores y cargamos contra las divisiones inferiores, cada vez más precarizadas, contra los técnicos de juveniles, que deben multiplicarse y sacar agua de las piedras y esculpir talentos donde no los hay.
Y después, cuando los mercaderes de la pelota ya se adueñaron de todo, el fútbol debe pagar por sus propias culpas, pero también por las ajenas. Se ha permitido que la violencia no sólo se haya tomado buena parte de las acciones, sino haya mutado a elementos mucho más peligrosos, territoriales, de bandas, de narcos. ¿Dónde está la pelota en esa ecuación? Se perdió hace rato.
¿Cómo reacciona el fútbol ante este despojo? Con extrema tibieza. Los clubes con escaso trabajo de intervención real. Desde que el fútbol se convirtió en una industria que se transa en bolsa, la inversión en seguridad se convirtió en un gasto. Ni hablar de medidas preventivas, de acción social. Muy similar al fenómeno que ocurre fuera de las canchas.
¿Cómo reacciona la autoridad política? Con una pasividad que bordea la negligencia. Un plan como estadio seguro que no tiene facultades reales y que tiene en algunos puestos a operadores políticos (discretos) que han hecho carrera despidiendo gente en los lugares donde han trabajado. Con delegaciones presidenciales que usan su autoridad (que la tienen), para suspender y suspender, prorrogar y prorrogar, eludir y eludir, evitar y evitar.
Ante esto, mejor suspendamos, no juguemos y así evitamos el problema.
Ah, pero es año electoral. ¿Qué discurso primará más? ¿No juguemos porque los vecinos así lo quieren y yo protejo a mis vecinos (sobre todo el año que votan)? ¿O tratemos de jugar, aunque eso signifique tomar medidas a largo plazo, que siguen postergándose?
Pregunta inocente. Ya sabemos la respuesta.