Yo vi jugar a Claudio Bravo
Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando aún no era el Claudio Bravo reconocido. Cuando era un chico que buscaba una chance en el arco de Colo Colo, luego de un tránsito por inferiores que había tenido los vaivenes propios de custodiar el pórtico. Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando había perdido un clásico en cadetes contra la Universidad de Chile por una actuación floja, cuando un dirigente le dijo que no volviera al día siguiente y cuando su padre lo llevó de igual manera. Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando su entrenador, Julio Rodríguez, le dijo que tenía que jugar con los pies, porque los arqueros modernos iban a marcar diferencia no sólo debajo de los palos, sino que serían los primeros defensores. Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando el técnico de ese Colo Colo arruinado, Jaime Pizarro, nos comentó que en las inferiores había un golero que cuando tomara el arco no lo soltaría más, hasta llegar a la Selección.
Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando debutó en el Cacique y tuvo algunos partidos flojos, que sus detractores recuerdan con minuciosidad asombrosa. Pero su entrenador le insistía en que cada gol responsable era inversión para que a futuro el margen se estrechara. Porque como decía Hugo Orlando Gatti, que algo sabía de porteros, el arquero se hace después de los cien goles encajados.
Yo vi jugar a Claudio Bravo cuando comenzó a consolidarse, cuando debuta en la Selección con Juvenal Olmos y cuando Nelson Acosta sorprende a todos y lo confirma como titular en el duelo eliminatorio contra Colombia en Barranquilla.
Seguir enumerando es orientar la conversación a la estadística y trayectoria, donde el recorrido de Bravo es incomparable con cualquier otro arquero nacional. Insinuar una comparación habla mucho más del remitente de la propuesta que de los porteros mencionados, porque simplemente no hay lugar para un registro paralelo. Bravo no sólo es el arquero más importante de la historia de Chile, sino uno de los futbolistas más relevantes.
¿Cuánto nos tardaremos en ver a un arquero chileno atajando en el Barcelona? ¿Cuántas décadas pasarán para que el golero nacional custodie la portería del Manchester City? ¿Seremos testigos de un portero de este lado del mundo que juegue más de quince temporadas en Europa?
Ni hablar de su participación en las Copa América ganadas. Por si alguien lo olvida, la Roja gana ambos torneos en tanda de penales. Los penales convertidos por una serie de notables jugadores y atajados por un arquero. Uno solo.
Tuvo campañas irregulares, obviamente. Algunos recordaron los goles de responsabilidad propia, las salidas en falso, las declaraciones no felices. Y son varias. Mañosamente esconden las buenas, porque saben que son más.
Inevitablemente comenzó la comparación sobre el mejor de la historia y se instaló a Roberto Rojas como contrincante. Un arquero excepcional, en tiempos distintos. Quizás el paso del tiempo agiganta una figura de Rojas qué si bien es notable, en los diferentes aspectos del juego favorece a Bravo. Quizás Rojas era mucho más plástico y sus reflejos asombraban. Debajo del arco atajaba como pocos, o casi nadie. Pero ser arquero es, además, poseer características de achique, juego de pie, saque largo, saque con la mano, cortar centros, ser la primera salida, organizar la defensa, atajar penales. Y en todo eso, el de Viluco es mejor, con distancia. De todas formas, es un debate entre crack y eso siempre suma. No olvidar a Sergio Livingstone, quien inventa el puesto de arquero en Chile y transforma la actividad en un deporte de masas. Muchos creemos que la discusión es más con el Sapo que con el Cóndor.
Yo vi jugar a Claudio Bravo en su último partido oficial. Fue contra el campeón del mundo en Copa América. Chile perdió por la mínima. Fue la figura de la cancha. Su última tapada es para museo. Cuando detuvo ese lanzamiento, su rostro develaba que ya no estaba para estos trotes, que la Roja, el fútbol y Claudio Bravo ya no se debían nada. Podían despedirse en paz.
Yo vi jugar a Claudio Bravo. El mejor y más importante arquero chileno de todos los tiempos.