Chile se despide de Buenos Aires con una bronca Monumental
El gol de penal de Lionel Messi desniveló un partido deslucido, en donde Chile fue el dominador y mereció tener una mejor suerte.
Pocas veces en la vida se sintió un silencio así en el estadio Monumental de River Plate para un partido de Argentina. Quizás el 0-5 contra Colombia, camino a Estados Unidos 1994, fue la última vez. Quedaban pocos minutos para el término del partido, vencían por 1-0 a Chile, pero nadie estaba conforme. Por el contrario, el temor ante una fatalidad de último minuto, frente el mismo rival que les arruinó la fiesta en las finales de la Copa América y la Copa Centenario, rondaba en el aire.
Argentina le ganó a Chile gracias a un penal convertido por Lionel Messi a los 16 minutos. Y nada más. Pocas veces en la historia un equipo albiceleste fue tan mezquino. Pocas veces una escuadra argentina lució tan discreta.
Chile dominó como nunca antes lo hizo en la cancha de Núñez. Y, a diferencia de las expediciones de Nelson Acosta y Juvenal Olmos, fue incapaz de cosechar puntos a orillas del Río de la Plata. Pese a que lo mereció más que nunca.
La Roja avisó desde temprano. No estaba en Buenos Aires para ser comparsa. La Roja dio la campanada de alerta a los seis minutos. José Pedro Fuenzalida logró anotar, pero su tanto fue anulado por posición de adelanto. La jugada se originó en un desborde de Alexis Sánchez por la izquierda, lanzó el centro con la derecha y la peinada de Charles Aránguiz fue la que dejó en posición de impedimento al Chapa.
La Roja controlaba de las acciones, aunque Argentina también avisaba. Claudio Bravo salió a esperar en el límite del área a Ángel di María y, a base de puro instinto, logró anticiparse al intento de sombrerito del Fideo. Un minuto después vino la desgracia para los de Pizzi.
Fuenzalida, al mismo a quien le anularon el gol ocho minutos antes, pasó a ser el villano de la noche al tocar a di María en el área y el árbitro brasileño Sandro Ricci no dudó en cobrar el penal. Messi engañó a Bravo y anotó la apertura de la cuenta.
Chile sintió el golpe. Mantuvo el control, pero no generó peligro. El despliegue del mediocampo logró anular los circuitos de los cuatro fantásticos argentinos. Pero no llevó riesgo a la portería de Sergio Romero.
Argentina tuvo el golpe de nocaut a un minuto del entretiempo, pero lo desperdició increíblemente. Otamendi tomó un rebote en el área chica y lo envió a las nubes, cuando la defensa chilena no tenía opciones y el portero Bravo estaba vencido.
En el complemento siguió el dominio de Chile, pero no había profundidad. Pizzi envió a la cancha a Nicolás Castillo, goleador del torneo mexicano. El artillero de Pumas pareció cambiar la historia a los 64', cuando su tiro se le escapó a Romero, pero el portero del Manchester United logró recuperar la pelota ante la entrada de Eduardo Vargas.
A los 65' minutos estuvo la ocasión más clara de Chile. Tiro libre de Alexis Sánchez que se estrelló en el travesaño, cuando Chiquito Romero estaba paralizado sobre la línea.
Pizzi envió a la cancha a Jorge Valdivia, consciente de que había que matar o morir. Desde ese momento, Chile fue dominador absoluto e hizo ver mal, más mal, al cuadro de Edgardo Bauza.
A los 73 minutos hubo otro tiro libre de Alexis, pero este se fue a la nubes. El portero argentino le pedía a los pasapelotas que demoraran el regreso de los balones al campo.
El estadio Monumental de River Plate estaba en silencio. Los fanáticos locales temían lo peor. Por las dudas que genera su equipo, por la historia reciente de las finales, porque Messi una vez más no logró emular en Buenos Aires lo que siempre hace en Cataluña. Por muchas cosas.
A 10 del final, Castillo volvía a perdérselo, esta vez en el borde del área chica. Pizzi envió a la cancha a Esteban Paredes, goleador del torneo local. El último trozo de carne se tiraba a la parrilla. Pero ya no había mucho que hacer. Al igual que en las tragedias griegas, la historia estaba escrita desde antes y había un destino imposible de torcer.
Argentina ganó, sumó tres puntos, pero no festejó. Chile jugó bien, dominó al dueño de casa como nunca antes lo hizo, pero tampoco pudo celebrar. No fue consuelo para una noche negra en Buenos Aires, donde la rabia y la bronca fueron monumentales.