Arcos
Valdivia es así
La primera vez que escuché hablar de Jorge Valdivia fue el 2001. El entonces ayudante técnico de Roberto Hernández en Colo Colo, Claudio Daniel Borghi, en medio de una conversación informal con algunos colegas, nos mencionó que en las inferiores del Cacique había un chico que disfrutaba el fútbol dando pases. Se llama Jorge Valdivia.
Víctor Hugo Castañeda, entonces técnico de las inferiores de la U, me contó que una vez que concluían los partidos de su división, partía rápidamente a ver jugar a los albos, sólo para ver en acción a Valdivia.
En inferiores, lo castigaron con treinta partidos de suspensión, por agredir a un árbitro en plena cancha.
Años después, con el Bichi sentado en la banca de la Selección y Valdivia castigado por actos de indisciplina, el mismo entrenador me entregó una definición del Mago que nunca he olvidado. "Es capaz de hacer cualquier cosa. Y cuando te digo cualquier cosa, es literal, cualquier cosa. Lo mejor y lo peor. Es totalmente impredecible. Es lejos, el mejor jugador que he dirigido".
Si Valdivia hubiese sido un poco, un poquito más profesional, estaríamos hablando de un jugador de otra dimensión. Si se hubiera tomado su carrera un poco, un poquito más en serio, hablaríamos sin discusión de uno de los mejores volantes creativos de la historia nacional. Si el Mago se hubiera comportado un poco, un poquito mejor en las competencias más importantes, su aporte habría sido mucho más sustantivo.
Nadie debe dudar del genio creativo de Valdivia. Parece lento pero no lo es. Parece disperso pero no lo es. Parece que se enreda, pero se desenreda con calidad e ingenio. El 10 del Palmeiras ve cosas que el resto no puede apreciar. Piensa antes. Como los grandes jugadores. Pero es tan genial como displicente e irregular.
Cada vez que escucho a un compañero de Valdivia o a algún familiar decir que "Jorge está madurando", comienzo a temblar. Alguna grande se viene. Un acto que nos recuerde que Valdivia, como los grandes genios, no va a cambiar.
Así es Jorge Luis Valdivia Toro. No pensemos que va a madurar. Hay que quererlo así. U odiarlo. Pero no esperemos que cambie.
¿Para qué?