ADN RadioConcierto Radio
NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Arcos

Gol de Borja

Escribo esta columna conmovido. Se fue Roberto Gómez Bolaños. El Chavo. Chespirito. El Chapulín. El Chompira. Para quienes crecimos en los 80, en un país silenciado, gris, de pocas alegrías, el mexicano es objeto de nuestra devoción.

Pertenezco a la generación que creció con el Chavo del Ocho, asomando su cabeza por el barril, cometiendo travesuras sin querer queriendo.

Cuando muere Chespirito muere buena parte de nuestra inocencia. Pero un trozo de ella aún vive. Varias veces me he descubierto, pese a la abundante oferta de canales de tv de todo tipo, pegado viendo los capítulos repetidos del Chavo. Y pese a que me sé de memoria los diálogos y las escenas, me vuelvo a reír, como cuando era un niño y el programa paralizaba nuestras tardes.

El Chavo era futbolero. Fanático del América. Su ídolo era Enrique Borja, aquel sempìterno goleador. En más de algún capítulo, confesó su admiración por Carlos Reinoso, ese enorme jugador chileno que sigue siendo considerado el mejor futbolista extranjero que haya brillado en la liga mexicana.

No sólo el Chavo era futbolero. Don Ramón, para ablandar al siempre estricto señor Barriga, fingía alentar al Monterrey, el equipo del que era hincha el dueño de la propiedad. Y el propio don Ramón, enjuto, famélico y brillante, cuando alguien osaba dudar de su gallardía, salía jugando con su clásico "yo le voy al Necaxa".

Sebastián González, quien se cansó de hacer goles en el Atlante, festejaba sus goles homenajeando a toda la vecindad del Chavo, gozando de gran popularidad en México.

Maradona dijo que cuando perdía, sólo ver el Chavo del Ocho lo hacía reír.

Chespirito es como los Beatles. Lo admiraba mi papá, yo y mis hijos.

Con el Chavo nos reíamos de cosas simples. Como las aguas frescas, esas de tamarindo, que sabían a limón, pero eran de Jamaica. Nos reíamos de la bofetada de la señora Florinda por defender a Quico. Nos reíamos de sus cachetes de marrana flaca y de doña Clotilde, que te podía convertir en sapo.

Llorábamos con el capítulo donde expulsan al Chavo de la vecindad porque creían que había robado algo, cuando el verdadero culpable era el señor Hurtado. O las vacaciones en Acapulco. O de Godines, el inefable lengua larga de la escuelita. Nos sabemos de memoria la canción de la bonita vecindad, es la vecindad del Chavo, no tendrá ningún centavo, pero es linda de verdad.

Eso eso eso. No contaban con mi astucia. Es que no me tienen paciencia. Que no panda el cúnico. Síganme los buenos.

No. Chespirito no se va.

Como nosotros, el Chavo era feliz jugando a la pelota. Cuando se acercaba la Navidad siempre pedía un balón de fútbol, para creer por algunos segundos, que podía hacer un gol a estadio lleno, en el Azteca, como Enrique Borja.

Allí, en ese estadio, se velarán sus restos. En un estadio de fútbol. Como siempre lo soñó.

El Chavo era de los nuestros.