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Quiero que gane Chile

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Admiro a los uruguayos. Mucho. Me parecen uno de los pueblos más receptivos, civilizados y amables del vecindario.

Me gustan los uruguayos, porque allá uno puede estudiar gratis, seas hijo de un magnate o de un pordiosero.

Admiré a Eduardo Galeano, que no podía ser más uruguayo, hincha de Nacional, que fue capaz de romper los básicos prejuicios y resentimientos que separan la brecha del intelectual con el juego más lindo del mundo.

Quise mucho a Mario Benedetti, con La Tregua y con sus cuentos, mucho más que sus poemas. La verdad sus estrofas nunca me gustaron mucho, pero sí sus relatos, esos que siempre eran protagonizados por tipos comunes, a ratos grises, de ritmo cansino. Como el propio Benedetti. Como Uruguay mismo.

Me gusta Montevideo. Mucho. Todo parece caminar más lento, a una marcha diferente. La vorágine de las capitales en la ciudad grande de Uruguay no se percibe. Hay tiempo para todo. Para un café, un mate, una charla, un chivito.

Me gustan los asados a la uruguaya, porque reflejan la forma de ser de un ciudadano paciente, elegante, que no apura el festín, que sabe esperar para gozar después.

Seguí mucho a Pepe Mujica, su austera forma de entender la vida, antes, durante y después de su mandato. Con las armas, la palabra, la convicción y su desvergonzada sinceridad.

Admiro la épica de los uruguayos. Los campeones olímpicos de la década del 20 y sobre todo la gesta del Maracanazo, del Nego Jefe Obdulio Varela, de Roque Gastón Máspoli, de Alcidies Ghigghia, de Juan Alberto Schiaffino. Y admiro, sobre todo, como las generaciones posteriores respetan y veneran a sus héroes, que hicieron callar a 200 mil brasileños jugando a la pelota.

Gozo aún cada palabra de Juan Carlos Onetti, un autor tan potente como subestimado.

Me gustó Colonia, Piriápolis, Atlántida y Punta del Este, cuando la recorrí con mi mujer, sin gente alrededor, en una estancia vacía y pacífica hace tantos años.

Aplaudo el ingenio y creatividad de Carlos Páez, su Casapueblo en Punta Ballenas, sus viajes por África, su eterno descubrimiento.

Me enterneció la tragedia de Los Andes porque tenían que ser uruguayos los capaces de sobrevivir a ese macabro destino.

Me encantaba Francescoli, Rubén Sosa, Rubén Paz. Me gusta como juega Luis Suáez, Cavani, Godín. La prudencia de Oscar Washington Tabarez.

Mi amigo Juancito Araya y sus notables Parrilladas Uruguayas, un sitio donde siempre te reciben bien.

Por todo esto, por toda esta admiración, sentiré algo de pena cuando Chile le gane a Uruguay en cuartos de final de la Copa América. Pero a los dos minutos, se me va a pasar.

Porque yo quiero que gane Chile.

Porque grito los goles de Chile.

Porque puedo analizarlos, pero también tengo corazón.

Porque no me da vergüenza admitirlo.

Quiero que gane Chile. ¿Y qué?