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El dedito de Jara

Gonzalo Jara provocó a Edinson Cavani. Evidente. Lo sacó del partido. Lo zafó. Una jugada que ocurre mil veces en un terreno de juego. En los tiempos que corren, llenos de cámaras, micrófonos, donde la cancha de fútbol más bien parece un campo de espionaje, este tipo de maniobras son rápidamente descubiertas. Porque no son nuevas, solo que antes pasaban desapercibidas.

En la cancha pasa de todo. Se dicen de todo. Esto no significa que lo del eficiente zaguero chileno haya estado bien. De hecho si lo hubieran visto el expulsado habría sido él y no el espigado delantero uruguayo. Pero pasa. Mil veces. Y los uruguayos tienen un doctorado en este tipo de acciones. No olvidar que su gran jugador, Luis Suárez, no jugó la Copa América por morder a un rival. Morderlo. Un hecho que sin cámaras de por medio, quizás jamás hubiera sido sancionado. Los mismos que piden penas del infierno para el hombre de Hualpén.

Fue relevante el dedito de Jara (sucesor ya del gesto conocido como Pato Yáñez) porque a Cavani lo expulsaron y la Celeste quedó con uno menos. Distinto es el caso de la expulsión de Fucile. Ahí simplemente ensuciaron la cancha al percatarse que el partido se les escapaba. La patada artera del lateral uruguayo a Alexis Sánchez era expulsión directa y en otras circunstancias nadie la protestaría. Pero había que enlodar el epílogo, cambiar el foco. Uruguay hizo dos goles en este torneo. Ganó un partido. A Jamaica. Muy poco para los actuales campeones. A los ganadores les cuesta mucho perder. Y a los comúnmente perdedores, les cuesta mucho ganar.

Grité el gol de Chile. Mucho. Cero vergüenza. Me gusta cuando gana Chile. Por varias razones. Porque estoy cansado de comentar derrotas o casi casi. Porque creo que esta generación de futbolistas será calibrada en su justa medida con el paso de los años. Porque un periodista debe ser cronista de su época y si la historia pasa delante de tus ojos y no la percibes, el error es tuyo, no de los cambios evidentes que no viste.

Me gusta cuando gana Chile porque el país no va a cambiar, pero tal vez nos levantemos un poquito más felices y con eso a mí, que soy fanático del fútbol, de la pelota y del periodismo, me basta y me sobra. Porque la vereda del testigo, la nuestra, es fácil y sencilla. La difícil es la de quienes juegan, los que juegan bien, mal o regular, pero juegan. Los de afuera, como dicen los uruguayos, somos de palo. De verdad, con una mano en el corazón, importa un carajo lo que pensamos.

Pero más me gusta cuando Chile gana como lo hizo en el Nacional. En ese recinto que tiene fantasmas de derrotas y de fracasos, que huele a matanza, pero que queremos demasiado.

Soy un defensor absoluto del cómo se juega. A mí no me gusta ganar como sea. A mí me gusta cuando Chile gana jugando bien, jugando mejor, cuando transforma la cancha en un relato, en una épica, en un cuento. El fútbol no es otra cosa que una biografía que construimos alrededor de la pelota. Es un sueño. Una película. Una fábula de nosotros mismos.

Me gusta que Chile gane jugando como Chile. Sin levantar la pelota, porque allí los uruguayos son mejores. Porque arriesgó cuando tuvo que hacerlo, con la osadía y el coraje del que sabe que puede. Con Valdivia jugando fútbol y no baby. Con Isla tragándose la cancha. Con Vidal midiendo cinco metros. Con Medel y un esfuerzo que conmueve. Con Jara, ganándole a los uruguayos a la uruguaya, como cuando sacó a Suárez del partido en eliminatorias y la Roja también se fue entre abrazos.

Me gusta cuando Bravo no suelta una pelota y estira los brazos con solvencia. Cuando Sampaoli acierta en los cambios, cuando simplifica el juego, cuando no experimenta. Cuando Pizarro entra enchufado, cuando Matías no pierde una pelota, cuando Pinilla ingresa y aguanta.

Ya sé. Chile no ha ganado nada. Lo tengo más que claro. Usted que lee, yo que escribo, hemos vivido demasiadas derrotas. Y no le puedo garantizar que esta historia tendrá un final feliz. Porque falta. Falta un montón. No se puede mirar por debajo del hombro a nadie. Nunca.

Ya sé. Los aguafiestas me van a decir que Uruguay no tenía a Suárez y que terminaron con dos menos. Lo sé. También vi el partido. Pero a mí me gusta que Chile gane. Y que gane bien. Sin traicionar su camino ni su esencia. Sin meterse debajo del arco. Tomándose en serio esta pega

Chile no ganó por el dedito de Jara. Centrarse en ese aspecto es parte de la anécdota. Ganó porque jugó mejor. Mucho mejor. Y la gran mayoría de las veces (no siempre), suele ganar el que juega mejor.

En un año, Chile eliminó del Mundial al campeón del Mundo y de Copa América al monarca del continente. Quien no quiera verlo, que no lo vea. Pero es un hecho real. No se han ganado títulos, es cierto, una verdad indesmentible, tan indesmentible como que se ha ganado en respeto. Y eso no es poco. Algunos creemos que eso es más relevante que alzar un trofeo.

Hoy nos levantamos todos a trabajar igual. Mis hijos y los suyos irán al colegio. Mi viejo a su trabajo. Mi madre a luchar. Mi abuela al hospital. El aire santiaguino seguirá sucio. Las provincias seguirán haciendo nación. Nos seguirán pegando abajo, como decía Charly. Pero ganó Chile. Y no le creo si me dice que, al menos, no esbozó una leve sonrisa.