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Todos los futbolistas aman una camiseta, pero no todos pueden jugar en el equipo que quieren. Todos los jugadores tienen enquistado un equipo en el corazón, pero son contados los que tienen la posibilidad de hacer lo que hizo David Pizarro: regresar al cuadro de toda su vida, a terminar su carrera, pero en buenas condiciones futbolísticas.

El Fantasista no llega a Santiago Wanderers a quemar los últimos cartuchos de una carrera impecable. Recién ganó la Copa América. En un medio como el italiano, donde no se fijan en la fecha de nacimiento para evaluar la calidad de un jugador, el porteño tenía ofertas para seguir en la Fiorentina. El Hellas Verona anunció que sobre la mesa del jugador dejó una oferta por tres temporadas. El Udinese nunca escondió el interés por recuperar al futbolista que fue motor de su mediocampo hace un par de años. El Betis de Sevilla lo tenía en la mira. Incluso en Chile, la U acercó una propuesta para el jugador criado en el Cerro Playa Ancha en Valparaíso.

Pero Pizarro eligió Wanderers, porque es el club de toda su vida.

La llegada del Enano de la Providencia el cuadro caturro es una buena noticia para el jugador, pues regresa a vestir la camiseta que lo hace feliz. Es buena para el elenco verde, porque suma a su plantilla a un jugador de nivel europeo, para reforzarse de cara al campeonato local y a la Sudamericana. Pero es, sobre todo, una buena noticia para el torneo. Le da un toque de jerarquía, de calidad, un salto adelante de prestigio.

Esto es fútbol. Impredecible. En una de esas Pizarro no anda, se lesiona y no termina siendo el aporte que todos esperan. Pero lo más probable es que veamos lo contrario: un futbolista de una calidad indiscutible, una seriedad a toda prueba, con hambre de triunfo, con amor por la camiseta que viste.

En tiempos donde nadie escucha a nadie. En tiempos donde todos contra todos. En tiempos de egoístas y mezquinos. En tiempos donde siempre estamos solos, llega Pizarro a demostrar que más allá del dinero (que no es poco), aún queda un latido, un pálpito, una señal de que la pelota continúa intacta. Y el amor por los colores siempre vale la pena