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Un mes ha transcurrido desde que Chile fue campeón de América por primera vez en la historia. La visión aterrizada, madura, realista, fría, gélida, dirá que nada ha cambiado. La bencina sigue subiendo. Las reformas siguen pegadas. Los truhanes de Penta y Soquimich continúan impunes. Nada cambió.

Pero para quienes amamos este juego, para que quienes nos asumimos sin vergüenza como fanáticos, para quienes gritamos los goles más allá del pudor, traspasando la vereda de lo prudente, algo cambió. Mucho.

Al periodismo llegamos desde diferentes veredas. Todas válidas. Algunos por descarte. Porque querían seguir otro camino y les cerraron las puertas o las clausuraron ellos mismos. Otros querían tomar la ruta del periodismo hacia otra vertiente y las opciones de trabajo los condujeron a presenciar más eventos deportivos de los que quisieron Y otros soñamos con esto siempre. Nunca jugamos fútbol profesional ni quisimos (al menos yo no soy futbolista frustrado), pero crecimos en una cancha. En mi caso no solo al borde, sino que en las galerías, en el camarín, en las reuniones de directorio, en el bus con los jugadores, ingresando a la cancha como mascota. Las prebendas de ser nieto de uno de los fundadores y primeros directivos de Curicó Unido, el equipo más lindo de la galaxia y sus alrededores.

Para mí este mes cambió todo. Porque soñé toda la vida con cerrar los ojos, volver a abrirlos y que la Copa aún estuviera allí, en la estantería. Que no fuera más un sueño posible o una ilusión fugaz. Soñé, incluso trabajando profesionalmente, con que la Roja ganara algo, con que los libros se renovaran. Con todo el respeto y la reverencia por quienes hicieron muchas cosas, deseaba que los referentes cambiaran y estuvieran más acordes con un nuevo país, un Chile que quiere ganar. Ganar de verdad.

Me levanto todos los días a la misma hora de siempre. Trabajo las mismas horas. Pago las mismas cuentas. Voy a buscar a mis hijos al mismo colegio. Tengo la misma casa. Pero soy campeón de América. Y se siente, perdonando el francés, la raja.