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Escribo esta columna a las ocho de la mañana del martes 11 de agosto del 2015. No tengo idea si Jorge Sampaoli seguirá al frente de la Roja o abordará el proyecto mexicano, una de las tantas ofertas que le han acercado al casildense.

Como a toda persona que hace bien su pega, las propuestas de trabajo le llegan con frecuencia al técnico de la Roja. La memoria es frágil, pero el archivo no muerde. Hace cuarenta días, apenas cuarenta días, Sampaoli estaba en la cresta de ola. Después de 99 años, Chile ganaba por primera vez el torneo continental. El DT se metió en la historia y fue fundamental, sustantivo para que este logro se consumara.

Como toda persona que hace bien su pega, en cualquier ámbito, Sampaoli es tentado. Quizás mucha gente no lo sabe (y no tiene por qué saberlo), pero el técnico ha rechazado varias ofertas suculentas en lo económico. De un día para otro, el enorme salto que ha dado la Roja parece borrarse de un plumazo porque el entrenador escucha una oferta extranjera, como si en eso se le fuera la vida, como si estuviera obligado a eternizarse en la banca nacional.

Sampaoli ya la hizo. Podría quedarse. Tratar de ir a un tercer mundial consecutivo. Avanzar más fases en una cita planetaria. Ganar otra Copa América. Estrujar a esta generación hasta la última gota. Quizás nadie lo haría mejor que él, porque los conoce y porque le creen. Pero está en su derecho total y absoluto, como usted y como yo, de oír una mejor oferta, una propuesta que puede seducirlo en lo económico, en lo laboral o en lo personal. Todas igual de válidas

¿Mercenario si se va? ¿Vende patria? ¿Poco ético? Pamplinas.

Le podemos criticar su ambigüedad en las respuestas. No ha sido tajante para quedarse o preferir marcharse. Se las doy. Negoció cuando Claudio Borghi aún estaba en la banca de Chile. Feo. Muy feo. Se las doy. Pero escuchar una oferta es lo más normal, lógico cuando haces tu pega bien. Y Sampaoli lo ha hecho. Muy bien. Quien no quiera verlo, que no lo vea. Pero hace cuarenta días fue campeón de América. Por primera vez. A mí no se me olvida. Tiene mi respeto perpetuo por eso.