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Los poetas del pueblo

No quería escribir una columna sobre la muerte de Javier Muñoz. Sentía que el silencio respetuoso era el mejor camino. Despertar el sábado y horrorizarse con la noticia. Llorar como un cabro chico. Recordar cada cobertura que compartimos. El fútbol es mágico, es perfecto. Quienes trabajamos en esto somos parte de una cofradía, una historia con demasiados puntos comunes. Y cuando nos toca compartir fuera de las fronteras, se conforma una hermandad natural, muy difícil de explicar, que se conjuga en lazos y alianzas de quienes andamos detrás de lo mismo: compartir la pasión irrenunciable por una pelota y poder contarle, a otros tan fanáticos como nosotros, lo que sucede en una cancha de fútbol.

No hay muerto malo, dicen. Pero el Negro Javier era bueno de verdad. Pequeño de estatura, con una sonrisa pícara y carcajada contagiosa. Me decía huaso del sur, por mi origen curicano. Yo le decía huaso del norte porque él era nacido y criado en San Felipe. Como buen provinciano, amábamos nuestra tierra de manera irreflexiva. Aunque haya recorrido las ciudades más bellas del mundo, para mí nada se compara con mi Curicó natal. Javier amaba San Felipe. Todo. Sus calles angostas. Su ritmo cansino. Amaba hasta el calor ardiente del verano. Amaba las radios locales, donde partió haciendo cualquier cosa con tal de llegar a cumplir su sueño: el Negro solo quería cantar goles. Nada más. Eso le hacía feliz. Le daba lo mismo el equipo, el estadio, si era cancha llena o casi vacía. Al Negro Javier le gustaba gritar gol.

No pensaba escribir sobre Javier. Su muerte y sus circunstancias me removieron el alma. Pero este domingo, como cada domingo, fui a comprar verduras a la feria de Consistorial, cerca de mi casa, en Peñalolén. Al llegar al puesto donde habitualmente compro paltas, Juanito, mi casero, me vio con cara triste. Me preguntó si conocía a Javier y le dije que sí, que no podía considerarme su amigo personal, pero que le tenía un cariño gigante, porque el Negro era bueno, bueno de verdad, de alma limpia, transparente.

“A mí también me dio mucha pena. Porque soy futbolero. Y para nosotros, los relatores son como nuestros amigos. Por ellos nos enteramos de lo que pasa. Ellos nos cuentan lo que podemos y no podemos ver. Ellos le dan pasión a los partidos. Sin ellos los partidos son solo la pelota que corre para un lado y otro. Pero ellos nos transmiten emoción, no jugadas. Los relatores son los poetas del pueblo”.

Las palabras de Juanito me hicieron llorar otra vez. Me pegó un palmotazo en el hombro y me dejó pensando todo el día. Para un anónimo vendedor de verduras en una de las tantas ferias libres que existen en el país, se había muerto un amigo. Un amigo desconocido, que le narraba los partidos de su equipo favorito. Para un vendedor de feria, que nunca conoció al Negro Javier, la noticias de su muerte llegó como un golpe duro al alma, porque un poeta del pueblo, como le decía, había partido demasiado temprano.

El mundo de los relatores es mágico. Trabajo y he trabajado con varios de los mejores. Los admiro a todos. Su capacidad para crear mundos. Para convertirse en personajes. Para inventar apodos, alias, para relatar siempre partidazos, porque para ellos no hay partidos malos. Todos se juegan a ritmo infernal. El Negro Javier, como Alberto López, Pato Barrera, Manolo Fernández, Herman Chanampa, Claudio Palma, Tatán Luchsinger, Tito Garrido, Paulo Flores, Pato Vergara, Ernesto Díaz, Rodrigo Contreras, Alejandro Lorca, comparten la misma devoción por gritar goles y hacer que los fanáticos salten por la alegría inexplicable del gol convertido.

Trabajé con Carlos Alberto Campusano, otro que se fue un día repentino, sin avisarle a nadie. El Gordo era incombustible. Culto, divertido, chispeante. Un animal del micrófono.

Tengo un amigo, relator de una radio en Curicó, a quien puteó muy seguido porque me mata de los nervios con sus relatos. Pero la voz de Pedro Alamiro Gamboa me une con la camiseta albirroja que tanto amo. Sin él, mis sueños no serían los mismos.

Quiero pensar que el Negro Javier se fue cantando goles, ese oficio destinado solo a talentosos y fanáticos. Transmitir emociones, no partidos de fútbol. El Negro era riguroso, pródigo, más talentoso de lo que creía, humilde, sencillo, un huaso lindo, el huaso del norte como me gustaba decirle.

El partido no ha terminado Negro querido. Está recién comenzando.