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Jorge González Ríos, el más grande de todos los rockeros nacidos en este terruño, escribió hace treinta años casi. "Tú sabes que un artista es un hombre sensible, que llora cuando ve caer una flor y se asusta con cosas como el dedo que aprieta el botón. Es increíble como cuando subo al escenario me transformo, cuando veo las luces de colores y siento el calor de la gente, mi corazón palpita y soy otro, soy otro tipo". 

Yo nunca fui ni seré artista. Quizás por eso los admiro tanto. Nunca fui ni seré futbolista. Los admiro por eso mismo. Me instalo en esa vereda. A diferencia de muchos, yo no denigro al jugador. No lo menosprecio. Al contrario. No soy fanático ni calcetinero, pero admiro a todo quien es mejor que yo.

La frase del genio de Los Prisioneros puede ser aplicada a los futbolistas de gran nivel. Uno ve, desde afuera, la parte bella de la historia. Las luces, el glamour, el dinero, los autos de lujo, las mujeres. No son pocos quienes desprecian con llamativa odiosidad al jugador de fútbol. No puedo dejar de pensar que hay cierta dosis de envidia en eso. Resentimiento oculto. En fin. Esa es otra historia.

Desde afuera es difícil comprender a Humberto Suazo. Siempre. Tiene una personalidad intrincada. Quienes lo conocen de cerca hablan de un tipo entrañable, tímido, pero con cambios de humor y conductas muy radicales. A Chupete, cuando era juvenil en la Universidad Católica, había que ir a buscarlo a San Antonio los días de partido, porque no le gustaba entrenar. Lo suyo no era el rigor. Eso, más la muerte de su padre, marcó su destino.

Se tardó mucho en explotar futbolísticamente. San Luis, Audax Italiano fueron estaciones goleadoras antes de llegar a Colo Colo. Y romperla. Con mayúsculas.

Se fue a México. Hizo todos los goles posibles en Monterrey. Fue el 9 de Bielsa. Hizo muchos goles en clasificatorias a Sudáfrica. Llegó al Mundial lesionado.

No jugó bien.

Y Suazo, por las razones que sea, quiso pegar la vuelta. No le fue bien. Soy de los que aplaudieron su arribo. Me parecía (y me parece), un jugador de una jerarquía superior dentro de la cancha. Pero no rindió. Por razones colectivas y también por errores propios. No anduvo.

Pero su triste, solitario y final desenlace es de una cuerda aún desconocida. Hemos conocido una parte de la historia. Esa que dice que insultó al cuerpo técnico, que se lleva mal con sus compañeros, que su cabeza está en otra parte. No era fácil la decisión de José Luis Sierra. Despedir a uno de los referentes no es simple. Trae una carga inevitable. Una mochila pesada. Independiente de estar de acuerdo o no con la determinación, suelo aplaudir a quienes toman decisiones difíciles. Sierra lo hizo.

Creo que faltan partes en esta historia. Capítulos desconocidos. El puzzle no está completo. A mí no me cierra que un jugador como Humberto Suazo sea despedido por un berrinche, por feroz que sea. Hay algo más probablemente. Quizás no lo sabremos nunca.

¿Qué queda ahora para Suazo? Por su carrera, por el respeto al goleador que fue, Chupete se ganó el derecho a hacer lo que quiera. Seguir jugando, retirarse, irse a su natal San Antonio, volver a México, comerse un asado diario, bañarse pilucho en la playa. Lo que quiera. En el fútbol ya la hizo. Y no le debe cuentas a nadie. Fue un crack. Y yo a los crack los admiro. Mucho.