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Macri y el poder

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Macri y el poder

Mauricio Macri es el hombre de moda en Argentina. En las recientes elecciones presidenciales obtuvo una votación histórica que forzó una segunda vuelta (balotaje como dicen los siúticos) junto al oficialista Daniel Scioli. Macri tiene opciones de ser el próximo presidente trasandino.

El magnate no es un nombre extraño para la ciudadanía argentina. Antes de ser candidato opositor fue alcalde de Buenos Aires y antes, por 12 años, fue presidente de Boca Juniors, el club más popular de la nación. La mitad más uno, como dicen los hinchas xeneizes. El millonario directivo condujo el club en el período más glorioso de su historia, ganando torneos locales, batiendo récords, pulverizando marcas, apropiándose de la Copa Libertadores de América en varias ediciones. No es una exageración asegurar que el rostro de Macri es el más frecuente en los noticiarios argentinos desde hace más de una década.

El fenómeno Macri no es nuevo. No es el primero ni será el último. El poder deportivo, los triunfos en la cancha, se convierten en un eficaz trampolín para llegar a las grandes masas. El apetito crece, los tentáculos políticos seducen, el poder tienta. Parece ser el paso lógico. Del deporte a las urnas.

En la misma política argentina, el candidato que terminó en tercera posición en los comicios, Sergio Massa, fue durante años dirigente de Tigre. Aníbal Fernández, hombre fuerte del Gobierno de Cristina Fernández, formó parte de la mesa directiva de Quilmes.

Horacio Cartes era hace rato el hombre más rico de Paraguay cuando entró al área chica. Presidió por más de una década Libertad de Paraguay. Luego fue el hombre fuerte en la Federación Paraguaya de Fútbol. Llevó a Gerardo Martino a su club y luego a la selección guaraní, con cuartos de final en un Mundial y subcampeonato de la Copa América. Su paso a la política fue casi natural. Tal como predijo una década antes, se convirtió en Primer Mandatario de Paraguay.

En Chile el ejemplo de Sebastián Piñera es peculiar. Político de larga data, fue senador de la República. Siempre ligado a la Universidad Católica, sorprendió a todos cuando a comienzos del milenio apareció como accionista de Colo Colo. Como legislador había impulsado la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas. ¿Por qué invirtió en el Cacique y no el club de toda su vida? Para llegar a una mayor cantidad de gente, a la mal llamada “masa”. Piñera no estaba mirando Macul ni el estadio Monumental cuando decidió poner plata en Colo Colo. Miraba a La Moneda. Y la jugada le resultó.

Uno de los inspiradores de esta tendencia no es otro que el polémico político italiano Silvio Berlusconi. Antes de ser Primer Ministro Italiano, de liderar Forza Italia, encabezó el Milan de Arrigo Sacchi y Fabio Capello, el de los holandeses Gullit, Van Basten y Rikjaard, el club que lo ganó todo a finales de los 80 y el primer lustro de los 90. El fútbol le quedó estrecho a don Silvio. Dio el brinco a la arena política.

No es casualidad que todos los políticos mencionados sean millonarios. Al poder económico le sumaron el poder del fútbol. Y luego la política. No es casual que todos sean de tendencia conservadora. Hay un perfil marcado en todos ellos. El fútbol aparece como un laboratorio previo, una antesala, un aperitivo en la búsqueda del poder político. El último que les faltaba. El resto ya lo tenían.