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Uno le puede criticar muchas cosas a David Pizarro. Pero de que el tipo es derecho, lo es. No se guarda nada. No tiene doble cara. Al Fantasista le da igual quedar mal o bien. Dice lo que piensa. Cree en sus verdades. Es consecuente, aunque el mundo se le venga encima.

Estuvo casi una década fuera de la selección chilena. Ni siquiera Marcelo Bielsa pudo convencerlo. Su regreso ha tenido vaivenes. Apareció, no jugó el Mundial, pero fue campeón de América. En ese mes estuvo a punto de irse de Juan Pinto Durán, cuando fue el accidente de Arturo Vidal. Lo dejaron hablar, delante de todos. Dijo lo que pensaba. Y fue esencial para que ese período fuera asumido por el grupo.

Pizarro volvió a Wanderers. Más por motivos personales que futbolísticos.
En pocos meses, Pizarro se pegó de frente y sin preparación con la realidad del fútbol chileno. El menudo volante le confesó a un medio italiano que desea regresar a la península. Vio lo que muchos hemos visto durante años, pero que acá los regentes del balompié tiran bajo la alfombra: los clubes no se potencian , no invierten, juegan en bellos estadios construidos por el Estado, las Sociedades anónimas solo pasan el platillo, va muy poca gente a los estadios, no hay incentivo en las divisiones menores, sobreviven con el cheque que les entrega el Canal del Fútbol, el CDF cree que es una empresa exitosa por generar mucho dinero, pero no percibe que está matando el producto fútbol. Dice Pizarro, con una claridad que abruma, que el torneo chileno no le importa a nadie.

Dice el Enano de la Providencia que quiere volver a Europa. Lo quiere el Udinese, el Carpi, el Betis de España. Sus hijos nacieron en Italia. Quienes lo conocen saben que David Pizarro ama a Wanderers. Es fanático. Escuchaba los partidos del Decano en Italia, con rigurosidad absoluta. Pero se taimó. Se quiere ir. Y yo le encuentro toda la razón.