No la embarren de nuevo, por favor
El próximo 17 de diciembre el fútbol chileno tendrá un nuevo presidente. La vara quedó baja tras el paso de Sergio Jadue y el presente directorio. Aquello que es una condición mínima parece ahora una virtud: ojalá llegue alguien honesto a encabezar el balompié nacional.
El nombre de Marcelo Salas parece reunir consenso necesario. El máximo anotador en la historia de la selección se ha preparado para este momento. Estudió. Aprovechó la normativa legal. Adquirió un equipo pequeño como Unión Temuco. Logró ascender de categoría. Participó en la fusión con Deportes Temuco y hoy, con el elenco de su ciudad natal, goza de buena salud dentro y fuera de la cancha. El equipo terminó como líder en la B, las finanzas están claras y la ciudad del sur se convirtió, hace rato, en la plaza que más público convoca cada fin de semana. Por lejos.
Tiene varios puntos a favor Marcelo Salas. Su pasado glorioso como uno de los mejores jugadores chilenos de todos los tiempos puede ser un aval importante. Un cambio de giro interesante. Un hombre de fútbol al frente del fútbol. Suena bien, pero no es garantía. Ejemplos nefastos hay varios. Michel Platini, uno de los mejores jugadores galos de todas las eras, acaba de ser expulsado de la FIFA. Por corrupto.
Sería un error creer que la llegada de Salas es la salvación inmediata. Salas o cualquier otro podrían tener las manos atadas si la estructura no cambia, si el proyecto del fútbol chileno sigue transitando por veredas confusas, donde los Consejos de Presidentes se han colmado de dirigentes con visión únicamente comercial, olvidando que este es un deporte con una connotación social muy profunda.
Nos dijeron que los nuevos hombres que llegaban al fútbol harían una limpieza y un orden, tras el desastre de la quiebra de los clubes. Pero no fue así. En algunos aspectos, el remedio fue peor que la enfermedad. Porque la política interna pasó a teñirse con millones de dólares. Las grandes fortunas de esta nación llegaron al fútbol. Pero llegaron con su visión empresarial descarnada, donde todo vale para conseguir un objetivo, donde el largo plazo común no existe y el éxito se mide solo en las cifras que ellos y nadie más que ellos recaudan. En los mismos tiempos en que hemos presenciados escándalos de grandes empresas, financiamiento ilegal de la política, colusión extrema contra los clientes, esos mismos instalaron en Quilín a un dirigente que terminó aceptando coimas, prestando dinero que no era suyo, enriqueciéndose sospechosamente y huyendo del país para convertirse en un soplón.
Cuando cayó Sergio Jadue todos pusieron cara de sorpresa. No sabían nada. No revisaron nada. Aseguraron tener sospechas, pero que nadie los había tomado en cuenta. Si llega Salas o cualquier otro, será elegido por estos mismos. Los que no sabían nada.
Por mentirosos o por pavos, no contagian mucha confianza.
Se fue Jadue. Se va la mesa en pleno. Un nuevo directorio es justo y necesario. Saludable. Inevitable. Pero se requiere un cambio mucho más profundo. Un cambio de paradigma. Tienen la oportunidad en sus manos. Ojalá que el 17 de diciembre, a puertas cerradas (porque así son los Consejos), comiencen a tomar la decisión correcta, esa que va mucho más allá de los nombres propios.