Confieso que las declaraciones de Jorge Sampaoli al colega y buen amigo Juan Carlos Villalta me dejaron perplejo. Conceptos como “rehén” de un contrato firmado alegremente hace dos meses, sus alegatos de incomodidad y falta de energía para trabajar en Chile, la necesidad autoproclamarse como ídolo, por citar tres de memoria, son irritantes e injustos. En fin, el exitoso entrenador argentino, lamentablemente, ensució su último capítulo como entrenador de la selección. Falta de cintura, mal aconsejado, su natural ansiedad, vaya uno a saber las razones.
Pero…
Lo que ocurrió esta mañana es inaceptable, grosero y propio de un país sin memoria. Y no hablemos de la memoria histórica a largo plazo, fundada en la capacidad de los pueblos civilizados para mirar hacia el pasado y comprender cada momento de su desarrollo. No estamos pidiendo un ejercicio tan complejo, sólo hay acordarse lo que ocurrió en los últimos cuatro años. Apenas eso.
Ver a Jorge Sampaoli llegando a Chile como un delincuente, insultado por idiotas solapados y cobardes, tratándolo como una escoria, no solo no corresponde, sino que se trata de uno de los actos de injusticia más vergonzoso y canallas que me haya tocado ver.
Sampaoli puede tener cosas irritantes, puede pasarse de listo en varios momentos y puede haberse equivocado mucho en el último tiempo. Lo de las Íslas Vírgenes es un capítulo desagradable, que manchó, con demasiada ayuda de ese bandido llamado Sergio Jadue, su exitoso trabajo en la selección.
Pero… una vez más.
Lo que hizo en la selección chilena no puede ser olvidado jamás. No sólo hablamos de números o de la Copa América, hablamos de la profundización de un estilo y la admiración del mundo. Hablamos del fin de la nube negra, del estigma de perdedores, de ser competidores y nunca más participantes. Hablamos de convertirnos en candidatos, en ser el equipo que todos quieren evitar. Antes, con suerte, éramos los “simpáticos”, ahora todos nos odian, por buenos, porque nos admiran.
Eso tiene varios responsables, Marcelo Bielsa para empezar, pero Jorge Sampaoli lo consolidó, convirtió ese hierro fundido en espada y al fin pudimos luchar sin miedo en todos los campos de batalla.
El mérito es grande, considerando de dónde viene el entrenador: nunca jugó en Primera, no tuvo amigos ni padrinos, tuvo que empezar desde abajo y trepó hasta la élite de los técnicos mundiales. Un mérito gigantesco. Pocos entrenadores pueden contar esta odisea.
He sido muy duro con Jorge Sampaoli. Muchas cosas me han sorprendido y decepcionado. Pero son temas coyunturales. Él ahora se va de la selección, de mala forma por su falta de manejo y tino, tal vez ambición desmedida. Pero lo que hizo fue grande, fundacional e histórico.
El hombre puede ser insultado, la obra permanecerá para siempre.