Arcos
Nacidos el 4 de Julio
No se preocupen, el fútbol chileno no nació el 4 de julio del 2015. Es solo un juego de palabras para detenerse en el mejor año en la historia de la Selección. Paradojalmente, también uno de los más difíciles y controvertidos que se recuerden.
Chile llegó a la cima hace un año. Le ganó a Argentina la final de la Copa América en dramática tanda de penales. Esa noche estaban entre otros, Bravo, Isla, Medel, Aránguiz, Silva, Beausejour, Díaz, Alexis, Vidal, Vargas. Estaba Sergio Jadue como presidente de la ANFP. Estaba Jorge Sampaoli en la banca de Chile.
A los pocos meses parecía que todo se iba al despeñadero. Sergio Jadue confiesa ser un ladrón, un corrupto y un delator, en el escándalo directivo más grande del fútbol mundial, donde el dirigente chileno es apenas una pieza menor dentro de lo que persigue la justicia norteamericana, que es descabezar la FIFA y su cadena de corrupción permanente.
Parecía que todo se venía abajo también en la cancha. Jorge Sampaoli se marchaba en un adiós amargo y poco claro, donde ninguna de las partes quedó del todo feliz. Un adiós que no se merecía el proceso que terminó con el primer título en la historia de la Roja.
Pero Chile se sostuvo en ese grupo notable de jugadores. Hace un tiempo varios los desafiaban. Irónicamente se mofaban de la generación dorada. Se reían de ese mote. Decían que no habían ganado nada. En 365 días han tenido que tragarse esos y otros epítetos, porque este grupo no solo ganó dos trofeos reales en menos de un año, sino que fueron capaces de mantener a flote un barco que se hundía por todos lados, que en un determinado momento no tenía ni entrenador ni presidente.
Llegó Arturo Salah y su directiva a asumir la titánica tarea no sólo de ordenar la casa financieramente, sino que lavar la cara chilena en escenario internacional. Trajeron a Juan Antonio Pizzi, criticado prematuramente en virtud a los primeros resultados, desconociendo su forma de trabajar. El santafesino, astuto, movió lo menos posible algunas piezas en el arranque. Cuando se ganó la confianza de esa base notable de jugadores, empezó a entregar dosis de su doctrina. Jugó una Copa América con sus nombres. Incluyó sorpresas, excluyó favoritos, apostó a una forma de juego. Y ganó. Cerró bocas.
No es necesario darle muchas vueltas. En el mejor año en la historia de la Roja se sostuvo en un grupo extraordinario de jugadores. Ninguneados en su minuto, cuestionados tras cada caída, demostraron en cancha que fueron capaces de mantener a flote una selección que perdió a su entrenador y cuyo presidente se fugó y escondió como hacen los cobardes.
Chile es otro. Es muy distinto al que era hace 365 días. El que no quiera verlo, que no lo vea. Con nombres propios que se repiten. Y que merecen respeto imperecedero.