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TENIS

Nadal pierde el bronce ante Nishikori pero se va ovacionado

El español pudo remontar una desventaja de 5-2, pero le fallaron las fuerzas en la recta final. Polémica por una visita al baño del japonés.

Nadal pierde el bronce ante Nishikori pero se va ovacionado
MORENATTIDIARIO AS
ASTV

“Me he dejado hasta a última gota de energía”. Así se despedía Rafa Nadal tras perder la semifinal, jugada ya al límite físico y en un clima emocional extenuante, contra Juan Martín del Potro en más de tres horas el sábado. Y así pareció presentarse, con poco gas ya, frente a la raqueta de Kei Nishikori, con quien perdió el partido por el bronce por 2-6, 7-6 (1) y 3-6.

Pero la actitud de Nadal fue de oro. Estaba muerto con el 2-6 y 2-5 que reflejaba el marcador. El japonés, inmutable, sacaba para colgarse la medalla. Entonces, algo dentro del cuerpo del español se removió. Unos lo llaman orgullo. Otros lo diagnostican como aversión a entregarse. Algún especialista lo etiqueta ‘fortaleza mental’. La cabeza tirando del cuerpo, simplemente.

Lo que ocurrió es que Nadal consiguió dos breaks y se adjudicó el set en la muerte súbita. Y Nishikori se metió el vestuario (Nadal se quejó mucho del tiempo que pasó allí) quién sabe si cortarse las venas.

Se entró entonces en una tercera manga que se iba a jugar en el filo. Con Nishikori noqueado y Nadal tirando de sus últimas reservas. Cualquier error se pagaría. Y llegó en el cuarto juego, cuando el mallorquín perdió su servicio que ya no pudo recuperar y el bronce se esfumó.

Nadal llegó a Río con dudas más que razonables de su capacidad, después de haberse retirado el 27 de junio de Roland Garros por una lesión en su muñeca izquierda, y no decidió hasta un día antes de desfilar qué jugaría. Desde entonces, pasó casi 22 horas en la pista rápida del Centro Olímpico, un ejercicio de autoexigencia y compromiso repartido en 12 partidos en ocho jornadas. Mientras el principito de Shimane, número siete del mundo, jugaba su sexto partido en el torneo. A Nadal le faltó el aire, y con ello acabó su aventura. Pero se marcha orgulloso de Brasil. Y los que desfilaron detrás de él también, por haberles servido de estímulo. Él no falló. Sólo le faltó el aire. Hizo lo que todos esperaban de un espejo de deportistas.