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Juegan las mejores selecciones del mundo. Así de sencillo. Los ganadores de federaciones, el campeón del mundo, el organizador del mundial. Una fiesta que antes veíamos por tv y que ahora tendrá a Chile en cancha. La Copa Confederaciones es un lujo, un torneo para gozarlo.

A todos nos gusta ganar. Y ya habrá tiempo para los sesudos análisis sobre los rivales. Cualquier campeón africano es duro. Por potencia física y velocidad. Por talento. Alemania anunció que irá con un equipo de proyección. Cualquier equipo de proyección germano es fuerte. Australia tiene un juego de mucha potencia y velocidad, pero viene en proceso de recambio. Ya habrá tiempo para eso.

Imposible anticipar rendimientos con tantos meses. Serán dos semanas intensas, con partidos cada tres días, lo que obliga a pensar en un plantel y no solo en un equipo.

Pero la Copa Confederaciones es para gozarla. Para quienes nos críamos viendo más empates que victorias, viendo esquemas conservadores y defensivos, viendo a líderes de opinión satisfechos con actuaciones mínimas, este tipo de experiencias son para atesorarlas en el sitio reservado de la memoria.

El gran mérito de esta generación no sólo es conjugar el verbo ganar. Ya con eso les habría alcanzado para asegurar ese sitial. El gran logro de este grupo de jugadores es el cambio de mentalidad, el creer que Chile puede salir a pelear, a ganar los partidos, a no refugiarse, a mirar a los rivales a los ojos. Eso es más importante incluso que un resultado puntual, que una Copa más o una Copa menos.

En la Copa Confederaciones no será la excepción. A gozarlo. Aprovecharlo. Y a tratar de ganarlo. Ahora se puede. Antes no.

Una Copa en la que siempre veíamos a los gigantes del vecindario, a Argentina y Brasil. Ahora son ellos quienes lo mirarán por tv.