Ryan dirige la sinfonía de los Falcons que mató a los Packers
Aaron Rodgers no pudo desplegar su magia contra unos Falcons muy prácticos en defensa y absolutamente magistrales con su imparable ataque de fantasía.
¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! ¡Toma! ¡Y dale! ¡Otra! ¡Y otra! ¡Más! ¡Sigue! ¡Pumba! ¡Zas! Más, MAS, MAAAAAASSSSSS… Sí, vale, todos esperábamos que lo que acabo de escribir fuera la crónica del partido. Pero lo que ninguno suponía, y solo era un sueño húmedo de miles de aficionados de Atlanta, es que el ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! solo lo practicara un equipo, y el otro se limitara a poner la cara durante gran parte del partido. Hartándose de recibir golpes, touchdowns y humillaciones a paladas. Un boxeador lanzando golpes de KO como una ametralladora y otro parando cada golpe con el mentón, incapaz de levantar los brazos aunque solo fuera para parar el chaparrón.
Porque Aaron Rodgers puede ser todo lo bueno que podamos imaginar, pero necesita algo de ayuda de sus compañeros. Y esta vez no estuvo demasiado solo, con todos sus compañeros conmocionados desde el primer minuto. Como si jugaran por obligación y solo quisieran salir de aquel infierno cuanto antes. Los receptores dejaban caer balones sencillos sin parar, en una sucesión inexplicable de drops que puso de mal humor a Rodgers, y la carrera dejó de ser un factor desde el primer minuto. Tres intentos por tierra en toda la primera mitad, y uno de ellos con el balón perdido a pocas yardas de la zona de anotación, fue todo el bagaje de un ataque terrestre que nunca fue, y menos tras la lesión de Montgomery, que dejó a su equipo sin armas en esa faceta del juego.
Con ese panorama, Rodgers estaba solo. Y los Falcons, con la lección aprendida, tenían muy claro que solo tenían una manera de pararlo: ir a la caza del hombre. Uno de los menús favoritos de la filosofía Dan Quinn. Y la fórmula les funcionó a la perfección, con la ayuda impagable de las pérdidas de balón de los receptores. El quarterback tenía muy poco tiempo para pasar, y se llevaba regalos sin parar de los defensas rivales, que no dejaban pasar la ocasión de dejarle un recadito en forma de golpe después de cada jugada. El habitual gesto socarrón de Rodgers se transformó muy pronto en un rictus de dolor, susto y desagrado. Y cuando pierde su sonrisa, como Sansón con su melena, el quarterback deja de ser un Dios y se convierte en humano.
En los dos primeros cuartos, que es exactamente lo que duró el partido, los Packers anotaron cero puntos, fallaron un field goal, perdieron un balón con un fumble de Ripkowski en la yarda 10 rival, despejaron tras un tres y fuera y Rodgers lanzó una intercepción. La ofensiva de Green Bay simplemente no existió. Y eso significa la muerte cuando enfrente está jugando el mejor ataque del siglo XXI. Una máquina de anotar puntos e inventar formas mágicas de atropellar al rival.
Porque señores, después de contarles las desgracias de unos, llega el momento de disolverse contando las maravillas de los otros. De llenar el suelo de babas, de arrodillarse y elevar los brazos al cielo dando gracias por haber tenido la suerte de contemplar tales prodigios. El ataque que ha inventado Kyle Shanahan para los Falcons debería ser incluido entre las siete maravillas del mundo, estudiado en las escuelas, exhibido en los museos y criogenizado junto a Walt Disney para que pueda ser resucitado cuando se descubra el elixir de la eterna juventud.
Y eso que los Packers plantearon un partido inteligente cerrando la carrera de Atlanta, en la que Freeman y Coleman solo consiguieron 24 yardas en toda la primera mitad. Fue como un reto lanzado al quarterback rival: “si quieres ganarme el partido, tendrás que lanzar el balón”. Y claro, en Atlanta se frotaban los ojos, incapaces de entender el intento de suicidio. Y Matt Ryan, estupefacto ante la insensatez de sus rivales, se limitó a remangarse, levantar la vista, preguntar a su orquesta si estaban todos los instrumentos afinados, y ante la respuesta afirmativa del primer violín, de las cuerdas, los vientos y la percusión, golpear el atril dos veces con su barita mágica y lanzarse a dirigir una sinfonía heroica con toques de pastoral y muchos pasajes de fantasía. Con Julio Jones abrumando al auditorio con monólogos de tenor, Mohamed Sanu dándole la réplica con su potencia de barítono.
Touchdown de Sanu, field goal de Bryant, touchdown de Matt Ryan convertido en Michael Vick, touchdown de Julio Jones. 24-0 en el descanso y a otra cosa mariposa. Una melodía indescriptible inundaba la NFL y nos dejaba estupefactos, mientras Dom Capers, coordinador defensivo de Green Bay, seguía empeñado en frenar la carrera como si no se diera cuenta de que todo su plan defensivo se le estaba escurriendo por el desagüe. Aunque eh su defensa, si hubiera algo que pudiera defender su triste planteamiento, Micah Hyde tuvo que abandonar el partido y fue sustituido en el safety por Marwin Evans. Aunque para ser justos, lo hicieron igual de mal uno y otro, y Matt Ryan abusó de ellos sin compasión. Aunque para violaciones criminales, la que sufrió Ladarius Gunter. Como pasó la semana pasada ante Dallas, el cornerback se convirtió en un chollo, el agujero más grande dentro de una defensa que pareció un queso Brullere. Ante la duda, Ryan lo tenía claro “¿tercer down y largo? ¿Dónde está Gunter? Pues para allá va el balón. Y no fallaba. Era garantía éxito.
Matt Ryan lanzó cuatro pases de touchdown, consiguió otro de carrera, 27 de 38 pases intentados y 392 yardas aéreas. Magia sobre el campo. Ataque con mayúsculas. Con Julio Jones cogiendo nueve balones para 180 yardas y dos touchdowns. Sin una concesión al rival en la segunda parte. Sin levantar el pie del acelerador. Sin dejar que Rodgers recuperara la iniciativa y ni siquiera intentara otra hazaña imposible. Que aunque en los dos últimos cuartos el ataque de Green Bay volvió al campo, y el quarterback lo intentó pese a ese rictus de amargura del que ve cómo un año más todo lo que le rodea sigue sin estar a su altura, Atlanta devolvió golpe por golpe hasta el último minuto.
Touchdown de Julio Jones (31-0), touchdown de Davante Adams (31-7), touchdown de Devonta Freeman (38-7), touchdown de Jordy Nelson (38-15), touchdown de Tevin Coleman (44-15), touchdown de Jared Cook (44-21)… Lo que esperábamos ver desde el primer minuto, un toma y daca de ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum!, se transformó en una letanía monótona durante dos cuartos insípidos en los que todo estaba decidido.
Las pruebas de Hércules de Aaron Rodgers terminaron en Atlanta. El solo fue capaz de derrotar a la mejor defensa de la NFL de los Giants en la ronda de comodines; de destruir al equipo más completo de los Cowboys en la ronda divisional; sin embargo, la sinfonía ofensiva de Atlanta, el mejor ataque de la NFL en el siglo XXI, fue demasiado para él.