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El día que cambió el fútbol chileno

Actualizado a

Hace pocos días se cumplieron quince años desde que se decretó la quiebra del Club Social y Deportivo Colo Colo. El paso de los años instala los argumentos en su lugar y las verdades a medias o las medias mentiras se han ubicado en el cajón que les corresponde. La perspectiva del tiempo sirve para evaluar la medida que fue el pie inicial para el desembarco de las sociedades anónimas deportivas en el fútbol chileno. O si prefiere, la privatización del balompié.

La quiebra de Colo Colo me tocó cubrirla en detalle. Por años. Nadie me la contó. No escribo a partir de versiones de uno u otro bando, llevando agua a su respectivo molino. Fue un proceso donde la solución terminó siendo tan grave como el problema.

La quiebra fue orquestada, preparada, programada. Creo que ya no existen dudas sobre eso. Tampoco hay dudas sobre que el primer paso para modificar la estructura de los clubes chilenos debía partir con el equipo de mayor arraigo popular. Tenía que ser Colo Colo. Su elección no fue casual. El golpe de efecto tenía que ser contundente. Intereses económicos y políticos terminaron por privatizar lo que faltaba por privatizar en Chile. Si ya había ocurrido con la salud, la educación, los hospitales, los colegios, las universidades, las autopistas, los cementerios, la vida y la muerte, que el fútbol se privatizara era cosa de tiempo. Y ocurrió.

Pero Colo Colo también fue culpable de esta ruina. La ausencia total de autocrítica de los dirigentes de la época sigue igual, quince años después del desastre. Porque hace una década y media, Colo Colo era un desastre.

Los hinchas y la prensa muchas veces evalúan el éxito de una institución a partir de sus logros deportivos. Si la pelota entra, el club es exitoso. Si da en el palo y sale, son un fracaso. Craso error. Hay cosas que el público no sabe y son poco vendedoras, pero los funcionarios de Colo Colo llevaban más de tres meses sin recibir sueldo. Cero peso en casi cien días. Lo mismo para los futbolistas. Tres meses sin salario. Y los tres anteriores no los canceló el club, sino un particular. Héctor Tapia padre puso dinero de su bolsillo, plata que jamás recuperó. Tras una jornada de entrenamiento, cuando los jugadores estaban en las duchas, cortaron el agua por no pago. Indigno. Y eso no tiene que ver con los poderes políticos que orquestaron la quiebra. Todo eso era sólo mala gestión.

Las sociedades anónimas pulverizaron el rol social de los clubes. Al menos en Colo Colo. Y su falta de visión se nota en las divisiones inferiores. La generación más exitosa del fútbol chileno no es producto de las SA, sino del trabajo de los clubes. Una deuda gigantesca cuyo daño se percibirá en los próximos años.

El rol del hincha, del socio, desapareció. Ahora son accionistas o clientes. El modelo de sociedades anónimas deportivas a la chilena fue confeccionado a rajatabla, sin matices. No dejó espacio alguno para el aficionado común y corriente, su identificación con el club, ese trabajo silencioso que no aparece en los balances y que tanta relevancia tuvo. Una muerte lenta tras una agonía suprema.

Pero no se equivoquen. En el proceso anterior, la directiva final de Colo Colo no tomaba en consideración a los socios. El club era manejado por tres personas que decidían a su antojo, que armaron un plantel millonario que no pudieron pagar, que se fueron en paz a su casa y que hoy, después de 15 años, siguen esgrimiendo que no tuvieron ninguna responsabilidad en el desastre. Y dan recetas a distancia. Y no tienen asco en participar activamente en sociedades anónimas, esas que tanto critican.

¿En qué quedamos, Dragicevic, Vergara, Artigues?

Dicen que no tienen problemas en ir al estadio Monumental un día de partido. ¿Por qué no lo hacen entonces?

La quiebra de Colo Colo sigue siendo confusa. Fue el primer paso para el objetivo final que no era otro que privatizar el fútbol chileno. Siguió la Universidad de Chile y casi todo el resto de los clubes. Los resultados son, en casi todos los casos, más tristes que generosos. Las deudas siguen creciendo, la gestión es deficitaria, dependen del dinero del CDF, ocultaron a los socios, aniquilaron las filiales, destruyeron las inferiores. Pero si el Cacique hubiera sido un club sano, transparente, equilibrado, no lo habrían hecho quebrar aunque quisieran. Si hubiera tenido balances claros, si no hubiesen quemado los papeles de la sede, si no hubieran existido los dobles contratos de jugadores, si no hubieran transferido jugadores que nunca militaron en el club, si no hubieran puesto dinero de sus bolsillos que muchas veces perdieron, quizás el Club Social y Deportivo Colo Colo no hubiera quebrado ni siquiera por los poderes fácticos que lo terminaron derrumbando.

Las sociedades anónimas prometieron la llegada de la alegría. Y al igual que en la política, la alegría todavía no llegó. O llegó condicionada, convertida en un híbrido con gusto a nada.