16 años, 8 meses, 22 días
Hay partidos desgraciados. Inolvidablemente desgraciados. Los futboleros no recordamos únicamente las grandes victorias, sino también las derrotas o malos resultados que calan el corazón de manera perpetua.
Yo tengo tres. Tres partidos dolorosos. Tres partidos desgraciados.
Chile versus Austria. Francia 98. La Roja ganaba por la mínima con gol de Marcelo Salas y en el último segundo, Ivica Vastic, la pone en el ángulo. Como nunca lo hizo antes y nunca repetiría después. Maldito.
Última fecha del torneo de Tercera División 2004. Ñublense versus Curicó en Chillán. En el último minuto, Herrera pone el 2-1 para los diablos rojos. Con el empate subíamos. Esa conquista forzó una final. Y nos ganaron ese partido sin apelación. El peor duelo de mi vida. Lejos.
Pero otro de los cotejos malditos fue contra Camerún. Semifinales de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Fue cuatro años antes que Massú y González ganarán las medallas doradas en singles y dobles. Para ese 26 de septiembre del 2000, Chile nunca se había subido a lo máximo del podio en una cita de los anillos.
Nelson Acosta era el técnico. Chile tenía un equipazo. El mejor del campeonato. Tapia, Álvarez, Reyes, Contreras, Olarra, Tello, Maldonado, Pizarro, González, Zamorano, Navia, Arrué Ormazábal. Lejos el mejor equipo. La Roja le había ganado a todos. Con baile incluido a España y Nigeria, poderosos contrincantes.
La diferencia de hora con Australia obligaba a levantarse al alba para sintonizar el partido. Esa madrugada, el equipo atacó como nunca. Fue el partido donde tuvo más ocasiones claras de gol. Era para goleada. El equipo no le prestaba la pelota a los africanos. Recién a los 78 se abrió el arco. Autogol de Abanda. Chile 1 Camerún 0. La final estaba a la vista. Cerca. Muy cerca.
Lejos de meterse atrás, como lo hacían regularmente los equipos de Acosta para asegurar un resultado, Chile siguió atacando. Pudo liquidarlo. Debió liquidarlo. Maldonado se perdió un gol solo. Me acuerdo y vuelvo a putear frente al teclado. Inexplicable. Increíble.
Lo peor vino después. A los 84 empató Mboma, de contra. Chile siguió atacando. Los que creen sólo en el juego ofensivo imagino que no se enojaron ese día cuando en un contragolpe, Contreras comete penal y Lauren puso el 2-1. La final se fue demasiado lejos tras pestañear.
Partido terrible. Partido maldito. Partido de mierda.
Admito que desde que se realizó el sorteo de la Copa Confederaciones, donde Chile esperaba por el campeón de África para cerrar el grupo que ya componía junto a Alemania y Australia, yo quería que ganara Camerún. En serio. Por picado. Por la revancha. Por sangre en el ojo. Porque esa derrota dolió y todavía duele. Ese equipo merecía la medalla de oro, la misma que los africanos terminaron ganando luego de vencer ajustadamente a España, rival al que Chile había paseado en la fase de grupos.
Esa semifinal fue el 26 de septiembre del 2000. Chile enfrentará a Camerún en la Copa Confederaciones el 18 de junio del 2017. No sé ustedes, pero cuando hayan transcurrido 16 años, 8 meses y 22 días, lo único que quiero es que Chile gane. Ojalá 25 a 0. Pero por la mínima también me conformo.
Ni perdón ni olvido.