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El diagnóstico está claro hace rato. Ni siquiera es discutible. Hace un buen rato los equipos chilenos dan la hora en los torneos continentales. La eliminación de la Unión Española, anteriormente la de Colo Colo, dejó a los representantes chilenos en la fase de grupos de la Libertadores reducidos a lo que podrá hacer la Universidad Católica e Iquique, los dos que accedieron a la gesta de manera directa. Es decir, la opción de aumentar los cupos se desvaneció rápidamente. La chance se perdió en cancha, lo que es peor.

Lo de Unión Española fue inapelable. El equipo de Martín Palermo fue superado futbolísticamente en los dos partidos. Porque en el primero, jugado en Santa Laura, The Strongest fue superior. Con más voluntad que juego los rojos igualaron en el segundo final. El desastre en La Paz, la goleada sufrida, refleja lo que ocurrió en cancha. No fue una caída con marcador exagerado. El equipo de Martín Palermo fue menos en todos los aspectos del juego. Fútbol. Dinámica. Velocidad. Aspecto físico. Concreción. Todos

La pregunta es ¿Por qué?

¿Por qué los equipos chilenos no son protagonistas de los torneos internacionales?

¿Por qué, con escasas excepciones, hace al menos cinco años ninguno avanza a frases protagonistas?

¿Por qué crecen clubes de Ecuador, Bolivia, Uruguay, Colombia y no de Chile?

¿Por qué el último bicampeón de América a nivel de selección no tiene correlato en los clubes?

Las respuestas son variadas, pero provienen de un tronco común. El declive sostenido de la competencia interna y la pulverización del trabajo en cadetes.

Muchos creen que para andar bien en el terreno internacional basta con contratar cuatro o cinco refuerzos potentes. Error. La experiencia lo demuestra. Y no sólo en Chile. Para un éxito sostenido y no pasajero, la claridad y coherencia en la política deportiva es clave. El presupuesto es importante. El cuerpo técnico es relevante. Los sponsors son valiosos. Pero nada de eso vale sin material humano de calidad. Y eso se consigue con buenos torneos locales y un trabajo en menores.

De todos los yerros que se pueden asignar a las sociedades anónimas deportivas a la chilena, el pecado más grande es el retroceso a nivel de cadetes. No han comprendido que salir campeón del torneo local no es la vara. Es pelear afuera. Es sacar jugadores. Es darle un sentido social a una actividad que se nutre, precisamente, de pasiones. Muchas sociedades anónimas a la chilena piensan que inyectarle dinero al primer equipo es suficiente. No es así. No han conseguido siquiera ser campeones locales.

Hay excepciones. La Universidad Católica mantiene un cuerpo técnico en el tiempo. Lo respaldó en los peores momentos. Mantiene una base de jugadores hace rato. Pero padece de competencia interna para dar el salto internacional. Iquique viene trabajando bien. O'Higgins, Huachipato, Wanderers, se nutren históricamente de la cantera.

Los torneos cortos reducen toda competencia. A los cuatro o cinco partidos, con malos resultados, los técnicos salen de la banca. Porque ya va un tercio del campeonato y la pelea por levantar la corona o por no descender, ya está demasiado avanzada. Usar juveniles por decreto y no por calidad propia termina siendo un balazo en los pies, una solución contraproducente. No existe un apoyo al trabajo, sino un reglamento obligatorio que cumplir.

El diagnóstico lo conocen todos. Pero a la hora de levantar la mano para votar en el Consejo de Presidentes, los parámetros son la reducción económica, el ahorro, los menores desplazamientos, los contratos más cortos. Todo alejado de la pelota. Alejado de los futbolistas. Y muy alejado del señor que se sienta en la galería. En la época en que los clubes han recibido mayores aportes económicas en toda la historia del balompié nacional.

Mientras tanto, seguimos dando pena. Porque cuando un equipo chileno fracasa a nivel internacional, fracasamos todos. Todos los clubes. Toda la competencia. Toda la industria. Todos los que juegan. Y también los que no jugamos. Todos.