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Soy del Curi hasta que me muera

Curicó Unido.
OSCAR TELLO/PHOTOSPORT

Escribo esta columna antes de abordar el vuelo de regreso a Santiago tras un día agitado. Santiago-Copiapó muy temprano. Auto en el aeropuerto. GPS rumbo al estadio El Cobre de El Salvador. Todo para ver un 0-0. Pero no cualquier 0-0. El punto que necesitaba Curicó Unido, el equipo de toda mi vida, para volver a la Primera División.

Cuenta la leyenda familiar que la primera vez que don Osvaldo llevó a su nieto mayor al estadio fue cuando el niño dejó de usar pañales y aprendió a advertir por cuenta propia que necesitaba ir al baño. Desde ese día hasta su muerte, el 15 de mayo del 2008, abuelo y nieto no faltaron a ningún partido en el estadio La Granja. Pasaron más de 30 años. Muchos equipos, buenas campañas, rendimientos horribles, Segunda División, Tercera División. Goles a favor y en contra. Estadios colmados y butacas vacías. La vida misma graficada en una cancha de fútbol, en los colores de un equipo que nunca había jugado en la división de honor. En un equipo que se construyó en base a sus derrotas. Como ningún otro.

Don Osvaldo falleció meses antes de que el equipo que había ayudado a fundar fuera por primera vez campeón. Esa tarde de la victoria ante Puerto Montt, su nieto mayor, Cristian, estaba en el estadio y gritó por los dos. La soleada tarde del 9 de abril del 2017, en el mineral de El Salvador, desierto pleno, Cristian volvió a gritar por dos, en su nombre y en el de su abuelo que ya no está, pero que nunca se fue.

Yo soy del Curi. Que se entienda bien esta sentencia. A mí no me gusta el albirrojo. No soy hincha del club. Es algo mucho más profundo que eso. Soy del Curi y el Curi es mío. Ha sido, desde su fundación, parte de mi familia. Uno más en la mesa. Y su estela traspasó generaciones. Llegó hasta mis hijos.

A mí no me importa donde juegue Curicó. Me gusta ganar, como a todos, pero ese es un detalle estadístico. Yo soy feliz al ver la camiseta en la cancha. Al ver una bandera, un niño chico, curicano, vistiendo los colores del albirrojo y no de los gigantes de Santiago o las potencias europeas. El Curi es sangre, es dinastía, es herencia y legado. Es una fortuna. Un tesoro que no tiene dimensiones. Es mi infancia, recorriendo en el bus donde viajaba el plantel todas las canchas del ascenso. Es recordar el caluroso domingo en que le hicimos siete goles a Linares como visita. La tarde gélida en que viajamos de regreso desde Santa Cruz, con los vidrios quebrados, entumecidos. Es no olvidar la tijera de Lucho Martínez en el Santa Laura, victoria 3-2 sobre la Universidad Católica por Copa Chile. Es el antiguo estadio de madera. Es mi abuela distribuyendo el café que llevaba en su bolso para compartir con los hinchas vecinos. Curicó es la razón por la que me dedico a este oficio. Es el motivo, es la energía, es mi deber y mi responsabilidad, como curicano, expandir su nombre en cada sitio donde estoy. Porque tenemos identidad. Porque en los tiempos en que un millonario puede comprarse un club y convertirlo en su juguete predilecto, el albirrojo no se vende. Sigue siendo de los socios. El Curi no es tuyo o mío. Es tuyo y mío. Esa sutileza en la frase hace toda la diferencia.

Es difícil de comprender. Lo sé. No tenemos títulos. No acumulamos coronas. Pero tras casi cuatro décadas persiguiendo la misma ilusión todos los minutos, de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, les digo que ser hincha del albirrojo no tiene comparación alguna.

Porque les repito. No es un asunto de fútbol. Es familia. Raíces. Amor fraternal. A mí el Curi nunca me falla. Y yo nunca le he fallado. Porque Lucho Martínez es mi héroe máximo de la vida. Porque Marcoleta me sacó campeón dos veces. Porque Walter Segovia le hizo un golazo de cabeza a la U. Porque el Lechuga Araya la ponía donde quería. Porque Alvarito Lara, que está en el Cielo, le hizo ese gol a Rangers que todavía estamos gritando. Porque el Paragua Riquelme es hijo de nuestra misma tierra. Porque Diego Churín llegó con los ojos abiertos de cara al gol. Porque Richard Pidal nos dejó llorando a todos el día que no quiso vivir más. Porque el viejo Cortázar nos dio el título en Tercera y se ganó un sitio en el paraíso por eso. Porque Santelices es de la casa y sabe que no hay camiseta que pese más que esta.

Curicó es campeón de la B. En una campaña magnífica. Quienes me quieren están felices por mí porque saben que esto es mucho más que fútbol. Trataría de explicarles lo que es ser curicano, pero sería en vano. No tiene explicación.

Al embrujo de tus colores yo me someto. Sin piedad intento merecerte. Soy aún ese niño de ojos grandes que entró al santuario, de la mano de su abuelo malcriador, quien seguro jamás imaginó que me estaba tatuando el camino a seguir.

Somos campeones. En alguna parte don Osvaldo no para de festejar.