La revancha de los Campeones
Esta historia de triunfos comenzó con una derrota. El 28 de junio del 2014, en el estadio Mineirao de Belo Horizonte, los jugadores de la selección chilena cerraron las puertas del camarín tras quedar eliminados del Mundial por Brasil en tanda de penales. Afuera había un verdadero carnaval. Quienes fuimos testigos de las burlas y humillaciones de la torcida brasileña hacia la parcialidad chilena no olvidamos ese día. Y desde aquella jornada queremos que Brasil pierda todos los partidos en el campeonato que sea.
Ajenos al barullo externo, los futbolistas estaban destrozados. Primero sacó la voz Claudio Bravo. Luego Gary Medel. Después Marcelo Díaz. Tras ellos Sampaoli y Beccaccece. Allí, en medio de la frustración y el dolor, ese grupo de jugadores se juramentó ganar la Copa América que se jugaría en Chile en el año siguiente. En su convicción interna ellos sentían que eran la mejor generación de futbolistas nacionales de todos los tiempos. Pero sabían que no podían enarbolar ese discurso mientras no ganaran algo. Sentían que habían quemado etapas. Jugaron dos mundiales sub 20, en el 2005 y 2007. Habían clasificado a dos mundiales seguidos, en Sudáfrica y Brasil. Pero aún no habían ganado nada, frase recurrente para los amargos y soberbios.
En ese camarín, un 28 de junio del 2014, Chile comenzó a ganar la Copa América del 2015. Y también la del 2016, jugada en Estados Unidos.
El fútbol encuentra revanchas sólo en el fútbol. Por eso es el deporte más lindo del mundo. Incomparable con cualquier otro juego. Porque los que pierden saben que tendrán en sus manos, en sus pies, en sus cabezas, la chance de exculpar sus pecados. Sólo los enormes son capaces de aprovechar esa chance que se les cruza. Y Chile acaba de hacerlo.
Porque el fútbol es mágico, cósmico, mítico. Inexplicable a ratos. Tiene paralelos que no resisten explicación lógica. En Brasil 2014, Chile estuvo a punto de ganar el partido en el alargue. En el minuto 119, Mauricio Pinilla estrelló el balón en el palo del arco que defendía Julio César. No fue gol. La Roja cayó en tanda de penales.
Exactamente tres años después, un 28 de junio del 2017, también en el exacto minuto 119, un lanzamiento de Arturo Vidal dio en el poste del arco de Portugal. El rebote lo tomó Martín Rodríguez y la bola fue devuelta caprichosamente por el travesaño.
Penales. Otra vez penales. La misma instancia donde el equipo había ganado en los torneos continentales. Ambas frente a Argentina. Pero esta historia desde los doce pasos había comenzado con una derrota.
Había que vengarse. Chile lo hizo de una forma que ningún guionista podría imaginar. Claudio Bravo había llegado con dudas a la Copa Confederaciones. Una temporada en Inglaterra que no fue feliz. Primero con dudas en su desempeño. Después recupera el arco y una lesión lo deja al margen del epílogo del certamen. No sólo se pierde los amistosos de Chile, sino también los dos primeros partidos. Y aparece en la instancia más importante hasta ahora. Como el penal que le atajó a Banega. O el que le atajó a Biglia. Ahora fueron tres. Bravo sigue demostrando, en instancias importantes, que es el mejor arquero chileno de toda la historia. Discutirlo a esta altura habla más del porfiado enjuiciador que del golero.
Ni idea cómo saldrá la final. Ojalá tenga final feliz. Ganen o pierdan, la generación de los Campeones hoy logró su propia venganza. La del 28 de junio. La revancha del palo de Pinilla y del penal de Jara que devolvió el poste izquierdo.