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La novela Papeles en el Viento de Eduardo Sacheri es deliciosa. Tal cual. Como el fútbol mismo, la historia del amor de este grupo de amigos por Independiente de Avellaneda esconde otros registros más fuertes. El amor por la hija, por la familia, por los amigos, por el barrio. Y el amor por la pelota, el más genuino de todos.

No haré un spoiler que le arruine a un futuro lector la chance de leer el libro. Es más, si me permite un consejo, léalo. Pronto. No revelaré detalles de la película que circula en Netflix, protagonizada por Pablo Echarri (fanático del Rojo), Diego Perreti (inmenso actor, ya que es hincha de River y en la película contagia amor por el Rey de Copas) y Diego Torres. No contaré el cameo que hace el propio Sacheri como garzón. Nada de eso. Me colgaré de una escena para una reflexión.

Tres amigos de la vida, con presentes muy dispares, se reúnen en torno a la muerte del hermano de uno de ellos, otro amigo entrañable. Y tratan de resolver el lío económico en que se transformó la adquisición del pase de Pittianga. El reciente fallecido gastó sus ahorros en comprar el pase de un futbolista que apareció en alguna nómina Sub 17 pero que jamás logró consolidarse. Deambulaba en equipos mediocres con un rendimiento mediocre. De pronto aparece una oferta de un mercado exótico, esos donde pagan mucho dinero por cualquier futbolista. Mediante una artimaña, los amigos crean un universo paralelo donde Pittilanga es un crack, recibe ofertas de todas partes del mundo y cuando está a punto de firmar con un equipo en Medio Oriente, fingen un ofrecimiento de Italia. Y el Calcio es el Calcio. Es Europa. El primer mundo futbolero. Los amigos consiguen su objetivo. Hacen que el pase de Pittilanga se valorice artificialmente y consiguen mucho más dinero del esperado por su carta.

No dejo de pensar que las actuales transferencias son parecidas a este capítulo creado en el universo de Sacheri. Cualquier jugador, por regular que sea, aparece tasado en cuatro o cinco millones de dólares. Para empezar a conversar. Uno revisa su historial y tuvo, hace seis años, una buena temporada. Por ahí lo llamaron a una Sub 20, donde compartió camarín con una estrella de verdad. Y si la negociación se tarda y este futbolista mete dos goles en la pretemporada, ya no vale cinco, vale siete millones de dólares. Y vienen los mexicanos y pagan esa cifra y el mercado, el mismo que nos tiene ahogados en lo social, asegura que si alguien está dispuesto a pagar ese precio, es porque el futbolista los vale.

El hincha de equipo grande se desespera cuando su club no hace contrataciones caras. Quizás no hay plata, me pregunto yo. Quizás una vez, al menos una, los dirigentes no gastan el dinero que no tienen. La inversión es importante para pelear torneos internacionales, pero los campeonatos no los ganan necesariamente quienes más plata depositan. Ganan los que mejor juegan. Se habla mucho de dólares, rumores y trascendidos y poco, muy poquito, de la pelota.

En este mercado inflado uno se imagina cuánto valdrían Elías Figueroa, Carlos Caszely, Leonel Sánchez, Juan Carlos Letelier, Jorge Aravena, Manuel Rojas, Eduardo Gómez, Miguel Ángel Neira, sólo por nombrar algunos nacionales ilustres.

Cuidado con el mercado inflado que siempre termina, inexorablemente, igual que un globo con mucho aire. Reventado y sin posibilidad de reparación.