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¿Mejoramos o nos hundimos más?

Fin de semana sin fútbol y los pesimistas afilan los colmillos para validar sus tesis acerca de la profunda crisis de resultados que vive el fútbol chileno. En rigor, los número son condenatorios y muchos argumentos en sentido contrario no existen, pero esta semana Universidad de Chile y Colo Colo tienen una nueva oportunidad para revertir la tendencia. Sí, la U porque este cuento no es nuevo y la eliminación ante Corinthians en la Copa Sudamericana, en mayo de 2017, también forma parte del lamentable registro de los últimos años.

Históricamente el balompié criollo ha estado en la medianía de la tabla a nivel continental. Salvo aquellos notables equipos que movieron la aguja hacia arriba como Colo Colo 91, Católica 93, Colo Colo 97 y la U de Pelusso y Sampaoli, el fútbol chileno se situó siempre entre el quinto y sexto lugar de la región. Por años se asumió que era el casillero que nos correspondía. Hoy estamos en el sótano.

Cuesta entender un bajón tan pronunciado en el último lustro. Inversamente proporcional al éxito de la Roja con sus dos copas América y el subtítulo en la Copa de la Confederaciones. El mayor facilismo es culpar a las sociedades anónimas deportivas, pero lo cierto es que el problema es multifactorial y hay que parar de echarle la culpa al empedrado. Urge mayor regulación, tomar mejores decisiones y conciencia de que el producto está empeorando dramáticamente pese al oasis que representa la plata del CDF.

Algunos de principales protagonistas de la liga local tampoco contribuyen en atacar el problema. Si Jorge Valdivia dice que el campeonato chileno es competitivo, Mauricio Pinilla cree que el estándar es alto y Yeferson Soteldo sostiene que la U tiene equipo para ganar la Copa Libertadores estamos privilegiando el entusiasmo y la autocomplacencia por sobre la mirada estructural, de estado, que uno esperaría. Me quedo diez veces con la autocrítica visión de David Pizarro quien aseguró que los azules tienen que “sacar el carácter que está mermando al fútbol chileno a nivel internacional”. Sincero. Brutalmente realista.

Salvo aquellos hinchas radicales que siempre le desean mal al archirrival, los verdaderos amantes del fútbol esperamos que Colo Colo y la U clasifiquen y mejoren la alicaída estadística de nuestro balompié. Guste o no son los equipos con las planillas más costosas y que más invierten en sus divisiones inferiores. No están ni cerca de puntear en ese ítem en Sudamérica, pero acá tiran en carro y sería saludable que tuviesen una recompensa deportiva, un logro que vaya más allá de vender un jugador al extranjero. Equilibrando las finanzas los dueños respiran tranquilos, dejan de perder plata y hacer forzados aportes de capital, pero no alcanza. Lo que los aficionados demandan es ganar, de una vez por todas, dejar de ser el patito feo del continente.

En verdad, no está sencillo salir de perdedores. Albos y azules tienen planteles con oficio. Fichajes más, fichajes menos, gastaron varios cientos de miles de dólares en potenciarse y aunque siempre queda la sensación de que pudo ser mejor –la llegada de un 10 a la U y otro delantero de categoría en Colo Colo– no podemos desconocer que hubo inversión. El punto, es que los del lado también gastan y le perdieron el respeto al fútbol chileno. Una cosa son las palabras de buena crianza de sus técnicos y jugadores y otra la realidad. Lamentablemente los hechos así lo demuestran.

Será materia de otra columna profundizar sobre las fallas estructurales que abundan en el fútbol chileno, pero no seamos ingenuos ni dogmáticos. Las antiguas formas dañaron patrimonialmente a clubes y jugadores. ¿O acaso Católica no tuvo que vender los cerros de San Carlos de Apoquindo para pagar sus deudas y asegurar la continuidad de giro? La claves es mirar experiencias exitosas como Alemania y aprender. Ojalá con una participación mucho más seria y activa de los hinchas. ¿Cómo? Ahí está el mayor desafío. Lo claro es que no es adecuada la concentración de la propiedad en tan pocas manos.

El regreso de los torneos largos permitirá fortalecer los procesos en los clubes, consolidar la idea de los técnicos más capaces y enfatizar una identidad distorsionada por el dinamismo del mercado. De seguro, las grúas mexicanas seguirán siendo una amenaza, pero esa medida, al menos, constituye un paso hacia adelante. Ahora toca volver a revisar la cuota de extranjeros y, de alguna manera, obligar a que los clubes hagan un trabajo serio, profesional, en sus divisiones inferiores. ¿Tan difícil es fijar un porcentaje específico de sus ingresos en el desarrollo de cadetes? Eso sin contar que los técnicos chilenos también tienen una tarea pendiente: demostrar que los de afuera no necesariamente son mejores.

Aguante la U, vamos Colo Colo, que esto no se trata de colores ni partidismo. Así como estamos es una cuestión de honor.