Hernández
¿Qué somos?
Noche de sábado. Cumpleaños con amigos. Conversaciones varias sobre la vida, trabajo, salud, los hijos y, por cierto, la pelota. Un invitado pregunta si vi el partido en Viña del Mar y dice que “fue una vergüenza, que cómo era posible que la U le ganara en el último minuto a un equipo con dos jugadores menos”. Un ejemplo ínfimo que demuestra que el rango de opiniones respecto del fútbol es tan amplio que puede ir desde alguien que halle que la actuación de su club fue un desastre a otro, como ocurrió con un segundo comensal, que obviaba las formas y se jactaba de que el equipo de Hoyos enteró seis triunfos consecutivos. Para sintetizar, lirismo versus pragmatismo, en la misma mesa, a menos de un metro de distancia.
Hoy, muy a mayor escala, en el fútbol chileno se está reinstalando un saludable debate en cuanto a la relación entre el resultado y los sistemas de juego y, por otro lado, respecto de las competencias de quienes entrenan y dirigen a los clubes. Un fenómeno gatillado, en buena medida, por el contraste entre los logros de la selección y los clubes, cuyas paupérrimas campañas internacionales tienen a Chile, según las frías estadísticas, en el sótano del continente.
Qué se esté hablando del asunto tiene mucho que ver con los propios protagonistas. Los medios y sus analistas siempre estaremos en inmersos en esta dinámica, pero si los futbolistas y técnicos no hacen su propia autocrítica, genuina, pública, jamás sinceraremos, de modo integral, las razones del retroceso.
En ese sentido, en las últimas semanas, se han producido varias declaraciones relevantes. En la previa del partido ante Vasco da Gama, David Pizarro habló de rescatar el carácter del futbol chileno para salir del mal momento. El liderazgo del Fantasista se agradece pues su mirada no es cualquiera, se trata de un futbolista que triunfó en Europa y conoce al revés y al derecho las particularidades de este deporte. En Udinese, Roma, Inter y, en menor medida, en el Manchester City, Pizarro supo lo que era ganar jugando bien, regular y mal y lo que había que hacer para sortear las crisis. Cuando habla de rescatar el carácter alude al sentido de la responsabilidad, a honrar la historia del fútbol chileno y no ser partícipe de su deterioro. Si en algún momento, el discurso apuntó exitosamente al amateurismo, la defensa del escudo, esta vez, Pizarro tocó otra tecla, apeló a la fibra, al amor propio. Y dio en el clavo porque cuando los equipos, más allá de los atenuantes, se acostumbran a perder o quedar eliminados, cuesta un mundo salir del círculo vicioso.
Obviamente, con correr y poner huevos, como dice la jerga, nunca ha alcanzado. La capacidad de los jugadores, el trabajo técnico y las definiciones tácticas son determinantes, pero el volante azul mandó un mensaje que no puede pasar inadvertido. La toma conciencia es clave. Después, el cómo mejorar es materia de cada club. La U dio un paso importantísimo al ganar en Río de Janeiro.
Las expresiones de Luciano Aued dan otra perspectiva al tema. Interesante. Según el volante cruzado a los equipos chilenos, internacionalmente, les cuesta leer que los partidos tienen momentos. Sostiene que no siempre hay que salir jugando de atrás, la pelota no tiene necesariamente que pasar por el arquero y hay otras formas de progresar en la cancha. Aued reivindica los equipos duros, aquellos que mantienen el cero, arriesgan con control y son pragmáticos. El argentino tiene un punto: se puede ser competitivo de diversas maneras. La herencia de Bielsa y Sampaoli no puede condicionarlo todo. Menos si los intérpretes no son los adecuados.
Una de las tantas críticas que manifestó Claudio Bravo la semana pasada justamente tenía que ver con la falta de preparación a los arqueros chilenos para jugar con el pie. No hay que despreciar aquella observación y cuestionarse si se está trabajando acertadamente esa faceta del juego que, además, está conectada con la forma de plantarse en el campo. Basta ser un seguidor habitual del futbol local para darse cuenta de la gran cantidad de goles que reciben los equipos por casarse con un sistema prestablecido y forzar la intervención permanente del arquero. Y, atención que esa tendencia esconde la incapacidad de ciertos zagueros y laterales de ofrecer otro tipo de salida.
Que se entienda bien, no se trata de retomar antiguas prácticas y volver a poner el bus delante del arco para que los equipos chilenos sean competitivos en la Libertadores y Sudamericana. La idea es comprender que los objetivos, con trabajo, seriedad y dedicación se pueden alcanzar por distintas vías. Eso no significa retroceder ni renunciar al ideario. Por lo demás, en esta década salvo la U de Sampaoli, que después consolidó una forma de jugar en la Roja, ningún cuadro chileno volvió a pelar de semifinales para arriba en las copas internacionales.
No nos olvidemos que la propia U lo pagó caro cuando trajo a Dario Franco para mantener la línea sampaolista o le pasó el banco a Beccacece no estando aún preparado.
Hace poco cuando Colo Colo empató ante Bolivar hubo no pocas críticas por cómo jugó el equipo. Habría que recordarle a aquellos forofos que si Chile hubiera traído un punto desde La Paz estaría en el Mundial. Finalmente nada es tan definitivo como parece. La Roja nos engolocinó, cambió el paladar, pero a nivel de clubes es otra cosa y si queremos detener la caída libre en la región hay que empezar a hacerle un poco de caso a Pizarro, Aued y Bravo (al arquero, al menos, en el punto señalado)