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La decepción de la Sub 20

Le ha ido mal a la Roja Sub 20 en el Sudamericano que se disputa en Rancagua, Curicó y Talca. Había grandes expectativas en torno al cuadro que dirige Héctor Robles y se creía que, al cabo de las dos primeras fechas ante rivales "abordables" como lo eran supuestamente Bolivia y Venezuela, el equipo nacional estaría en la tabla del Grupo A con seis puntos. Sin embargo, hoy los juveniles corren gran riesgo de quedar eliminados, cuando les resta disputar dos encuentros todavía, ante Brasil y Colombia.

Si finalmente así ocurre, la crítica será feroz contra Robles. Al DT le fue mal en el proceso anterior en el Sudamericano de Ecuador: el cuadro chileno quedó fuera del certamen en la fase de grupos, mostrando escasos contenidos futbolísticos para acceder al hexagonal final. Una lástima, pues la apuesta por el ex wanderino es disruptiva de parte de la ANFP y consiste en que el técnico de la Sub 20 sea alguien directamente vinculado con el área formativa. Antes fue corriente recurrir a algún entrenador de Primera División desempleado para sumir el cargo, lo que era visto en el ámbito de los profesionales del Fútbol Joven como un subvaloración de su labor.

El análisis del mal desempeño debe traspasar las capas superficiales del asunto y profundizar en temas estructurales. Lo sucedido en Rancagua solo es la punta del iceberg de un estado de cosas nunca enmendado en el fútbol formativo. Se esperaba que con la asunción de las sociedades anónimas el tema cambiara, pero no ha pasado nada. Los cadetes, salvo escasas excepciones, son el estrato de cada SADP que menos recursos recibe. Y eso tiene un real impacto en la labor que se lleva a cabo.

No están en el área los profesionales más calificados, porque con ese nivel general de sueldos la vida se torna imposible. En el área dirigen y forman, con lo trascendental que esto significa en términos humanos y deportivos, los que aceptan las cosas cómo están. Detrás de cada entrenador en ejercicio, hay más de una decena esperando por ocupar el cargo y seguro que no dirán ni pío por las condiciones de trabajo ni el monto de las remuneraciones. Entonces, los que están con pega deben extremar la prudencia en su accionar, so riesgo de quedarse sin trabajo. 

La variable entrenador-formador es clave en todo este asunto y está claro que, en los clubes, aún no se toma debida nota del asunto. Más allá de más o menos balones, camisetas, petos, arcos portátiles o canchas de fútbol, es crucial contar con buenos profesionales. En un entorno de falencias materiales, un gran entrenador claro que puede marcar la diferencia. La principal riqueza de las sociedades anónimas actuales debería ser el staff técnico a cargo de la formación de los nuevos jugadores. Por lo mismo, el fuerte de las 'lucas', en el ámbito infantil y juvenil, debería tener esa orientación.

En ese contexto, la exigencia a los entrenadores debe ser máxima (así se evita el botadero de plata). Y esto no tiene que ver con los resultados del partido del día sábado, guarda relación con el desarrollo de jugadores competentes para promover al primer equipo. Por ejemplo, y entre muchas otras cosas, exigirles planificación de cada sesión de entrenamiento, dominio de las habilidades blandas en la interacción con los dirigidos, conocimientos de las metodologías vigentes de formación y vocación por labor, lo que significa no estar mirando de reojo el primer equipo para asumir.

En el ámbito de la educación existe una correlación directa entre la calidad del profesor y los niveles de desempeño que logran alcanzar los alumnos. A mejores maestros, mejores estudiantes o viceversa. La formación de jugadores es también un proceso educativo y no existe ningún argumento para descartar que esa regla de oro se pueda extrapolar también el Fútbol Joven. Tal vez, si esta lógica se hubiese impuesto en los clubes con anterioridad, no estaríamos lamentando lo que hoy vive la Roja Sub 20 en el Sudamericano de nuestro país.