El fracaso de todos
En un partido imaginario, con final imaginario y resultado imaginario, Chile empata sin goles contra Colombia hasta el minuto 94, resultado que le servía para clasificar a la siguiente ronda. La chance de clasificar al Mundial Sub 20 de Polonia se jugaba en cancha. Los amantes del resultado, los que pregonan que hay que ganar medio a cero, con un gol con la mano si el árbitro no lo ve, los que creen que la forma da igual, estaban conformes con ese escenario. Pero bastó un minuto más, un gol de los cafetaleros y el discurso cambió radicalmente. Ahora era fracaso, cuando el fracaso ya estaba dibujado hace rato. No consideraban que Chile jugó mal contra Bolivia, mal contra Venezuela, regular contra Brasil y otra vez mal contra Colombia. El gol de último minuto le agrega una dosis dramática al análisis, pero no nubla el panorama global: la Roja no merecía clasificar a la siguiente ronda y menos, mucho menos, al Mundial.
Lo más simple es disparar contra Héctor Robles. El técnico es responsable, sin duda, de que el equipo no encontrara nunca un funcionamiento. Cometió errores que, desde afuera, parecían predecibles, como usar futbolistas fuera de puesto, retroceder demasiado en la cancha incluso jugando con un más contra Colombia, un esquema forzado, sin capacidad de proponer ni reaccionar. Con el agravante que el técnico ya venía de un sudamericano sin clasificar. Todo eso es cierto, indudable, pero lanzar los dardos solo sobre Robles es continuar sin mirar el problema de fondo: la profunda crisis que viene arrastrando el fútbol de menores en Chile, sobre todo desde la irrupción de las sociedades anónimas deportivas.
Chile no es una potencia innata de futbolistas, como Brasil o Argentina. Ha dependido, durante casi toda su historia, de las buenas oleadas de jugadores. Hemos leído varias veces sobre “generaciones doradas” y el posterior recambio que tarda en llegar. No se trata que antes los clubes trabajaran muy bien tampoco, pero existía una noción sobre la importancia de las cadetes, no solo como proveedora de futbolistas para los clubes sino por la misión social que los equipos consideraban como parte de su esencia. Eso se ha pulverizado. No es prioridad. La indiferencia de las concesionarias sobre las divisiones menores es tan cruel como incomprensible. Incluso desde el punto de vista económico, no hay nada más lucrativo que sacar futbolistas de las inferiores.
Hace falta mirar lo que se hace afuera, lo que se hizo bien acá, observar a las potencias del fútbol que ya no dejan nada a la generación espontánea, que son capaces de dilatar los buenos resultados con tal de recorrer el proceso en su integridad. Como Inglaterra, como Bélgica, como Francia, como Venezuela. Pero acá seguimos creyendo que el resultado inmediato es lo que importa, que hasta el minuto 94 estaba todo bien, que Robles es el único culpable y que cambiando al entrenador se solucionan todos los males.