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El 14 de los blancos es un crá

Matías Fernández no sólo es un jugador diferente, es una persona distinta. Habla a través de su silencio, por medio de una timidez genuina, rasgo que según muchos conspiró para que no fuera la superestrella que irrumpió a mediados de los 2000 y que lo llevó a ser elegido, sin apelación posible, como el mejor jugador de América en el 2006, con apenas 21 años.

No hay futbolista que diga algo malo de Fernández. No hay entrenador que mencione algún contratiempo con el volante que nació en Buenos Aires, se crió en La Calera y a los 12 años llegó a vivir a una pensión cerca del estadio Monumental. Tan grande fue su aparición, tan llamativa y fulgurante, que todos nos quedamos esperando a ese Matías y pese a que su carrera dio pasos importantes, seguíamos comparando a Fernández con Matigol, sin ver sus destacadas estaciones en Sporting de Lisboa, Fiorentina y la selección chilena. Con Marcelo Bielsa fue titular y mostró que era un futbolista con una técnica excelsa y un sentido táctico y del juego destacable.

Siempre quisimos ver más de Matías Fernández, instalados en el rol de severo juez. Las lesiones minaron buena parte de su desarrollo. Él decidió operarse y no jugar el Mundial de Brasil 2014, dándole paso a un compañero que estuviera sano, decisión que provocó la inicial ira de Jorge Sampaoli, quien lo desechó de futuras nominaciones pero lo convocó a la Copa América 2015, entendiendo que lo necesitaba.

Matías aportaba cosas al grupo que mucha gente no conoce. Ese factor invisible que a menudo no es tomado en consideración, no sólo en el fútbol, sino en casi todas las labores. Eso que llaman habilidades blandas. Pocos saben que Fernández era el compañero de habitación de Arturo Vidal cuando fue el accidente en pleno torneo continental jugado en nuestro país. Su rol de compañero, amigo, consejero, fue clave para levantar a Vidal y al grupo, en un percance que pudo costar un campeonato.

Fernández es muy religioso. A quienes transitamos por otra vereda nos cuesta entender tanta devoción, pero él marcha con esa consigna. Cuando pateó el primer penal contra Argentina en la final, un lanzamiento perfecto, lo gritó con el alma, como pocas veces, alejado siempre de los histrionismos desmedidos. Sus compañeros lo abrazaron y Matías lanzó una confesión que dejó a todos pasmados: "yo le pegué fuerte y abajo. Fue el Señor quien la puso arriba, al ángulo". Años después, Claudio Bravo me confesaría que "después de ver el penal de Matías sentimos que no podíamos perder". Fueron esos mismos compañeros de plantel quienes lo eligieron para portar el trofeo en julio del 2019, en la final, como representante de los primeros campeones chilenos.

Matías Fernández no llegará a Colo Colo. La política deportiva del club, con Marcelo Espina y Mario Salas a la cabeza, tomó una decisión técnica que no presenta reparos desde ese punto de vista. Pero hay jugadores que aportan mucho más que goles, asistencias, gambetas y estadística. Jugadores que hacen crecer a sus compañeros, que aún representan lo mejor de este juego. Matías Fernández es uno de esos futbolistas.

A menudo escuchamos que Fernández no llegó nunca a ser el que todos creíamos que sería. Quizás debiésemos preguntarle a él si está conforme con su carrera y con su vida. Tal vez Matías Fernández nos responda que está justo en el lugar donde siempre soñó estar. Y que es inmensamente feliz con eso.