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El miedo del arquero ante un penal

Dicen que los arqueros son tipos raros, diferentes. Quizás por la soledad del puesto, tan lejos de los abrazos de sus compañeros cuando convierten un gol. Quizás por las particularidades de su rol. Es el único del equipo que puede jugar con todo el cuerpo. De hecho sus manos son su principal herramienta de trabajo. Quizás por lo diferente del entrenamiento, tan distinto al resto. Quizás por la responsabilidad que recae en su misión, pues en un juego basado en anotar goles, ellos están para evitarlos. No lo puedo responder con certeza, pero dicen que son tipos raros. De todos modos es una posición que embruja y atrae a miles a lo largo del mundo.

Peter Handke escribe sobre un arquero raro, Josef Bloch, el protagonista de su novela El Miedo del arquero ante un penal (1970). Bloch está retirado hace un par de años. Fue un portero de cierto reconocimiento en su Austria natal, en la década del 50 y 60, cuando todo era menos comercial y los grandes jugadores no eran millonarios. Bloch ahora es mecánico y la novela arranca el día en que es despedido de su trabajo. Comienza a deambular sin sentido. Una desorientación geográfica pero también espiritual. No sabe bien dónde ir y menos qué hacer. Las dos únicas cosas que aprendió en su vida, atajar y reparar automóviles, ya no las puede ejecutar. De a poco nos vamos enterando que este ex arquero tiene una familia lejos, hijos con los que apenas tiene relación, amigos a los que no visita. Más que la soledad del arquero, esta novela de Handke habla del aislamiento. Una analogía permanente entre este hombre ya entrado en años, cesante, sin compañía, que huye tras cometer un acto aborrecible y la soledad del guardameta frente al lanzador de un penal, parado a doce metros, dispuesto a vulnerar todo su empeño en atajar una pelota.

Como suele pasar, Peter Handke no estaba entre los favoritos para el Premio Nobel de Literatura y fue escogido. En estos casos los agoreros jamás aciertan. No se equivoquen, El miedo de un arquero ante un penal no es un libro de fútbol, como no lo son la mayoría de los textos dedicados al balompié. El protagonista, efectivamente fue un arquero, pero el juego aparece apenas como un telón de fondo, un señuelo para comprender las particularidades que tiene una persona que elige en su vida evitar el grito de gol, lo más sagrado que existe en el deporte más popular del planeta y una existencia sinsentido.

La historia de amor - odio entre la literatura y el fútbol tiene capítulos para ambos carriles. Quienes lo odiaban, como Jorge Luis Borges, quien citó a una conferencia de prensa el mismo día y a la misma hora de la inauguración del Mundial organizado por su país, Argentina, en 1978. Tal era el desprecio de Borges por la pelota que alguna vez definió al fútbol como "una estupidez creada por los ingleses. Y no hay nada más popular que la estupidez humana". Rudyard Kipling, el autor inglés nacido en Bombay, creador del Libro de la Selva, dijo que fútbol era un deporte "para entretener almas pequeñas practicado por idiotas".

En la vereda contraria hay cientos de ejemplos, varios de ellos provenientes de este lado del mundo, donde el correr de una pelota es casi una religión. "La única prueba tangible de la existencia de Dios es el gol de Maradona a los ingleses", escribió el uruguayo Mario Benedetti. Su compatriota Eduardo Galeano, a propósito de la existencia de un ser superior, señaló que "Dios y el fútbol se parecen en los millones de devotos que tienen a lo largo del mundo y la desconfianza de los intelectuales". Albert Camus agregó una dimensión social y ética a su amor por el juego, reconociendo que fue arquero en su juventud en Argelia porque "no tenía dinero para comprar zapatos, así que tuve que aprender a usar las manos" o su conocida frase respecto a que "todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol". Pier Paolo Pasolini, el cineasta italiano agregó que asistir al estadio era "el último rito de libertad que nos queda".

Ejemplos hay por montones, en favor y en contra. Debate infinito. Peter Handke recibirá su medalla y una cantidad apreciable de dinero, muchos años después de escribir sobre Josef Bloch, aquel taciturno arquero quien al ver a un portero frente a la pena máxima, reflexiona sobre sus propios fantasmas y la soledad de un puesto muy diferente a todos los demás. Es que los arqueros son tipos raros. Al menos eso es lo que dicen.