El 'Trinche' Carlovich y la necesidad del mito
Si todo lo que dicen del Trinche Carlovich fuera cierto, estaríamos hablando del mejor futbolista de todos los tiempos. Es altamente probable que no lo sea. Es probable que su historia, expandida de boca en boca como los antiguos juglares, se haya exagerado en cada oyente, que al traspasarla a otra generación, le agregaba una dosis de fantasía. Los mitos no requieren explicación o contraste con la realidad. Son leyendas. Muchas veces es mejor aferrarse a la magnitud de la fantasía que rendirse ante la estrecha realidad de los lugares comunes.
Tomás Felipe Carlovich, el Trinche, fue un exjugador argentino que falleció este viernes 8 de mayo. Agonizó dos días luego de ser asaltado en plena calle y a luz de día. Los atracadores se llevaron su bicicleta. El Trinche, como siempre, portaba poco dinero en sus bolsillos. Dicen que por su talento esos bolsillos pudieron estar llenos y esa bicicleta debió ser un automóvil último modelo. Pero Carlovich no llegó a la cima. Ni siquiera se acercó. Muchos creen que, simplemente, no quiso.
Hablamos, literalmente, de un mito. Tomás Carlovich nació en Rosario. Séptimo hijo de una pareja de yugoslavos que llegaron a Sudamérica en 1929. Comenzó a jugar en Rosario Central. En el equipo “canalla” jugó sus dos únicos partidos en Primera División. El resto de su trayectoria la ejecutó en clubes de la B y la C de Argentina. Fue en Central Córdoba de su natal Rosario donde alcanzó ribetes de ídolo. Allí, en una de las ciudades más futbolizadas del mundo, en la tierra del Che Guevara, de Fontanarrosa, de Kempes, de Menotti, de Valdano, de Grandinetti, de Messi, de Martino, de Bielsa, de Olmedo, de Fito, de Baglietto, en la ciudad de Newells y Central, este jugador adquirió forma de leyenda en base a los testimonios.
El embrujo del Trinche radica en la fe. En la creencia o en la ausencia de ella. No hay registros visuales de este zurdo que maravilló a propios y ajenos en la década del 70. Dicen que en un partido le hizo un doble caño a un par de defensores que se cruzaron en su gambeta. Que dominaba la pelota con el hombro y la subía sobre su cabeza, controlándola con la frente mientras trotaba con la bola adherida. Dicen que una vez un árbitro lo expulsó por insultarlo y ante la rechifla del público, agasajado por su virtuosismo en la cancha, revirtió la medida y le suplicó que se quedara. Dicen que el propio Diego Maradona le confesó al oído que era mejor que él. Dicen que Marcelo Bielsa fue a verlo a la cancha, sagradamente, cada sábado por la noche durante cuatro años, obnubilado por su talento inconmensurable.
¿Si Carlovich era tan bueno por qué no llegó más arriba? No hay respuesta clara, porque los mitos no saben de certezas. Dicen que la selección Argentina que jugaría el Mundial de Alemania 1974 disputó un amistoso contra un combinado de Rosario. Y que en ese partido Carlovich les dio un baile de padre y señor mío, tanto que el técnico del combinado, Vladislao Cap, le suplicó a Carlos Timoteo Griguol que lo sacara, para evitar la humillación en la cancha. Dice la leyenda que cuando César Luis Menotti asumió la banca albiceleste, convocó a Carlovich, un jugador del ascenso, a entrenar con la Selección y este simplemente no llegó porque prefirió ir a pescar.
Un jugador fantasma. En una ciudad donde ser argentino se exagera. El símbolo de un fútbol que ya no existe. Dicen que la pelota disfrutaba con Carlovich.
¿Es verdad todo lo que se dice de él? Probablemente no. Pero a veces necesitamos, simplemente creer. Sin explicaciones. Sin datos. Sin contrastes. Sin pruebas. Sólo creer. Todos los futboleros tenemos a nuestro propio Trinche Carlovich. Porque no me discutan, Luis Martínez, el goleador histórico de Curicó, es el mejor 9 de todos los tiempos. Mejor que Ronaldo, más que Van Basten, superior a Batistuta. Fue, es y será el mejor de todos.