Hernández
Se fue el más grande
A los 81 años, en Miami, y víctima de un cáncer expandido, falleció Patricio Rodríguez. Estableciendo un paralelo con el fútbol chileno y su legado, se trata del equivalente al mismísimo Fernando Riera. Es que no hay dos opiniones. El Pato, como se le conocía en el circuito y, especialmente, en el ambiente del tenis sudamericano, fue el entrenador más influyente del país. Con largueza. Uno de los más destacados del mundo. El mejor de todos, como lo definió Leonardo Zuleta, formador de Nicolás Massú, al momento de dedicarle unas palabras en las redes sociales por su partida.
Fue precisamente junto al viñamarino con quién Rodríguez cosechó su último gran logro como coach: las dos medallas de oro en Atenas 2004. Un hito inigualado en la historia del tenis moderno, donde sólo Rafael Nadal consiguió ganar una presea dorada en singles y dobles, aunque con un intervalo de cuatro años. Pato dirigió con maestría a Massú que llegó a Grecia sin triunfos previos sobre cemento aquella temporada. Sabemos cómo terminó todo, con las únicas dos medallas de oro en más de 100 años del olimpismo chileno.
El capítulo posterior a la épica campaña de Massú y González en Atenas retrata a Rodríguez a cabalidad. Lejos de las luces, de los primeros planos, dejó que los jugadores fueran los protagonistas. No se subió al techo del bus panorámico que recorrió la Alameda y los condujo a la Moneda. En la visita al Congreso siempre estuvo detrás de su pupilo y cada vez que tuvo que dar una entrevista lo ensalzó como el personaje excluyente de la historia. Nada que sorprenda porque el Pato se caracterizaba por su sobriedad, moderación y bajo perfil. Nunca hizo aspavientos ni alarde de sus éxitos, en su cabeza los honores le correspondían al jugador. Jamás se movió de esa línea.
Su trabajo con Massú representa la imagen más próxima de su capacidad, pero la trayectoria del Pato se remonta a las décadas de los '60 y '70 como jugador de Copa Davis –representó a Chile durante 14 temporadas – y más tarde como un prestigioso entrenador cuya formación estuvo muy vinculada al tenis argentino, donde dirigió a selecciones nacionales por más de un lustro. Ese conocimiento del tenis trasandino, y su validación como un coach de alto nivel, lo llevó a dirigir durante la mayor parte de su carrera a José Luis Clerc, con quién alcanzó el cuarto puesto del ranking ATP.
Sus éxitos con Batata, cuya pretemporada hacía año a año en Nogales, y con el que estableció una relación casi paternal, fueron solo el punto de partida de una fecunda carrera como técnico. De su mano, Andrés Gómez conquistó en 1990 el título de Roland Garros (venció a Andre Agassi) y se dio el lujo de desechar una oferta de Pete Sampras por honrar su contrato con el ecuatoriano. Sampras, por aquellos años, sabía que debía mejorar en arcilla para consolidar su dominio y ganar en París. Por eso pensó en Rodríguez y tiempo después fichó al español José Higueras. Con todo, nunca pasó de semifinales en Bois de Bulogne.
Más allá de algunos vínculos esporádicos con jugadores de otras latitudes, el Pato trabajó preferentemente con sudamericanos. Era un coach reconocido en el tour, de amplio prestigio y fuertes lazos con el tenis estadounidense y francés, pero siempre se inclinó por los latinos. No se equivocó, en lo más mínimo, porque luego de Gómez obtuvo excelentes resultados con el peruano Jaime Izaga y condujo a otro ecuatoriano, Nicolás Lapentti, al sexto lugar del ranking ATP. La calidad humana de Rodríguez, su compromiso y lealtad le permitieron generar lazos indestructibles con sus jugadores más allá de las coyunturas contractuales. La despedida de Massú así lo expresa: “nos dejó una gran persona, amigo, entrenador y confidente, un ejemplo a seguir y todo lo que uno podría decir de un caballero de verdad… pasé los momentos más lindos de mi carrera contigo, me enseñaste mucho dentro y fuera de la cancha”.
Qué mejor manera de resumir lo que Rodríguez significó para Massú y destacadísimos jugadores de la región. Un tributo indeleble de un histórico a otro histórico. El viñamarino que hoy dirige al número tres del mundo prometió seguir sus pasos “para poder ser algún día tan grande como tú”.
Los restos del Pato Rodríguez serán cremados en Miami y volarán sin escalas a su casa Nogales, en la quinta región interior. Ahí dónde hizo decenas de pretemporadas y forjó enormes campañas y relaciones de profundo cariño y admiración con sus jugadores. Un legado que quedará para siempre.