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¿Por qué no se van?

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Hace más de quince años la pregunta era por qué les podía interesar el negocio del fútbol a los nuevos inversionistas, si este deporte es deficitario en sus balances económicos. Primero enarbolaron pomposos proyectos que tenían que ver con el desarrollo de la actividad, con el potenciamiento de las series juveniles, con convertir la experiencia del aficionado en un plus de esta nueva era que se avecinaba en el fútbol del fin del mundo.

Con el paso de una década y media nos percatamos que esa no era la intención. Para ser justos, hay algunos ejemplos en dónde efectivamente el desarrollo deportivo ha sido prioritario y con aciertos y errores, se ha logrado construir un proyecto y acercarse (no alejarse) de un concepto de identidad con el club. Pero en la mayoría de las instituciones no ha sido así. En la mayoría de los clubes, incluyendo los dos más populares y ganadores en la historia del fútbol chileno, los objetivos son otros y ahora que algunos de sus principales inversionistas se quieren ir, sólo delatan que las prioridades estaban en otra parte.

El fútbol es una plataforma de poder. En este tipo de campeonatos la única manera de ganar algo de dinero es invertir fuertemente en inferiores y ni siquiera eso te asegura la recuperación de la inversión. Pero ni eso han hecho. ¿Por qué llegaron? Por poder. Ese cosquilleo que no tiene peso tangible, que se percibe en las calles, en la tribuna, en salir del anonimato y aparecer todos los días en las portadas de diarios, sitios, en canales de televisión. Ser conocido. Poderoso. El poder económico ya lo tienen, pero faltaba ese otro, ese que muchas veces no se percibe. El saludo del hincha, el canto en el estadio, entrar al camarín, cumplir el sueño de niño. Comprarse el equipo de tu vida porque puedes. Pero este poder tiene otra cara, una desagradable.

Cuando viene la mala campaña, cuando los resultados no favorecen, aquel empresario que está acostumbrado a hacer lo que quiere (porque puede hacerlo), a tratar a todo el mundo como el patrón (porque lo es), se encuentra con un escenario que nunca vivió en su vida: el desprecio del hincha, el aficionado que quiere ganar el domingo, el que vibra por los colores del equipo que compró y que siente, con méritos o no, que puede apuntar con el dedo a quienes adquirieron tu pasión y lo tienen en lugares secundarios. Y ese poder ya no les gustó tanto. Ya no les gustó salir custodiados del estadio. Entrar justo a la hora. Ya no les gustó tanto ser reconocidos en todos lados. Conocieron un lado de la moneda, nadie les explicó que había otro lado, mucho más ingrato y que requiere el cuero duro.

La ley les permite irse cuando quieran. Aníbal Mosa anunció que se marchaba. Leónidas Vial anunció lo mismo, un día antes, vendiendo sus acciones más baratas. En este nuevo escenario Mosa se arrepintióy se queda. Hasta para irse velan por un interés propio más que por el club donde invirtieron. Lo mismo pasa en la U donde no hay certeza quienes serán los inversores que controlarán la mayor parte de las acciones de un club que lleva el nombre de la entidad más importante de nuestra historia republicana: la Universidad de Chile, lugar desde donde han salido la mayor parte de los Presidentes de Chile, Premios Nacionales, artistas, científicos. El alma de la nación. No es cualquier nombre. No es cualquier lugar.

¿Por qué no se van, entonces, si han perdido dinero, si han fracasado como proyecto, si han dejado cesantes en el camino, si han dañado la imagen del club y de ellos mismos? ¿Por qué?

Porque pueden. Y porque la codicia es insaciable. Tan infinita como oscura y peligrosa.