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En 1991 Chile era un país que aprendía a caminar, otra vez, en democracia. La dictadura aún mantenía enclaves manifiestos. En el Congreso había senadores designados. El dictador seguía al frente del Ejército. Se marchaba, pero con freno de mano.

En 1991 se entregó el Informe Rettig, la primera recopilación del Estado sobre las víctimas a los Derechos Humanos en el país. En 1991 desaparecieron la URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia. El mundo cómo lo conocíamos comenzaba a cambiar. Estados Unidos invadía Kuwait. Comenzaba así la Guerra del Golfo. Illapu regresaba al país tras el exilio y lanzaba su disco Vuelvo Amor, Vuelvo Vida. Los Tres editaron su primer registro homónimo. En Seattle una movida local se transformó en universal. El grunge de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains, remeció la escena, como también lo hizo REM con Losing my Religion, canción alojada en su disco Out of Time. En 1991 fue asesinado el senador Jaime Guzmán. En 1991 murió Freddie Mercury y un aluvión asoló Antofagasta.

En 1991 Colo Colo fue campeón de la Copa Libertadores de América.

¿Por qué ningún otro equipo chileno pudo repetir este título en tres décadas?

La UC estuvo cerca dos años después, pero se topó con el Sao Paulo de Telé Santana, uno de los mejores equipos brasileños de todos los tiempos, lo que es decir bastante. Colo Colo y la U encajaron un par de semifinales.

Culpar a la diferencia de presupuesto con las potencias sudamericanas es demasiado simplista. Influye, por supuesto, pero en estos 30 años no siempre ganaron las billeteras abultadas. El Colo Colo de Jozic no respondió al trabajo de un año. En 1991 se alcanzó la cima de rendimiento, una simbiosis donde todo calzaba en virtud a criterios comunes: un cuerpo técnico de alta calidad, jugadores en su momento preciso, dirigentes con visión de proyecto. ¿Por qué no se ha repetido esa fórmula? La verdad, no lo sé.

Colo Colo 91 comenzó a armarse cinco años antes. Con Arturo Salah en el banco comenzó un proceso que no siempre ganó. Entender eso fue un factor determinante. No todas las derrotas son fracasos. No todas las victorias son éxitos. Los albos lo comprendieron. Cada año sumaban un grupo reducido de jugadores. Dos o tres como máximo. Apostaban, traían jugadores jóvenes, proyectables. No todos fueron estrellas, pero su contratación respondía a un plan. Buscaban en la cantera. Una, dos, cien veces si era necesario. Prueba de ello es que en 1991 sumaron sólo tres caras nuevas: Patricio Yáñez, Gabriel Mendoza, Sergio Verdirame. La base estaba. No era necesario armar un equipo entero.

Muchos dicen que era un fútbol distinto. Es cierto. Pero las fronteras europeas aún no se abrían de par en par como ocurrió tras la Ley Bosman. Muchos enormes futbolistas aún jugaban en el continente. En Boca Juniors, por ejemplo, estaban Diego Latorre y Gabriel Batistuta. Ese equipo, eliminado por Colo Colo en semifinales, había dejado en carrera en cuartos al Flamengo que tenía en sus filas a Renato Gaúcho, Marcelinho Carioca, Zinho, Djalmicha, Paulo César.

En 1991 Colo Colo fue campeón de la Copa Libertadores de América. Un 5 de junio. Hace ya 30 años. Miramos las campañas internacionales de la última década de los clubes chilenos y parece que esos 30 años están aún más lejos. Los clubes chilenos cambiaron su visión, su mirada. Algo se extravió en el camino. Lo grave no es que se haya perdido. Lo grave es que todos sabemos qué se extravió, quién lo perdió y por qué.