“Nos podrán decir que somos un país pequeño, pero tenemos el corazón más grande del mundo”. Las palabras de Alberto Abarza, tras ganar medalla de oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio, reflejan su cariño hacia Chile . Un lazo indestructible. El deportista, que rechazó una atractiva oferta para defender a Estados Unidos, ha maravillado a todo un país: se quedó con el primer lugar en la categoría 100 metros espalda clase S2 y este domingo sumó una plata en los 200 metros libres. Sin embargo, mucho antes de las alegrías, Abarza vivió semanas de incertidumbre. Una historia de esfuerzo que relata Ámbar Jiménez, su pareja.
“Han sido días agitados, nos han llamado todos los días (ríe). La mamá de Alberto se ha venido a quedar con nosotras acá. Fue muy emocionante para todos. Teníamos alegría e intriga por lo que iba a pasar, pero cuando lo consiguió, gritamos de una manera, como si nos estuviese escuchando (ríe). Hubo lágrimas. Ambas lloramos porque ha sido un camino muy difícil como familia", relata Ámbar en AS.
- ¿Qué sacrificios ha tenido este camino? - Por ejemplo, nos hemos tenido que alejar. Su hija es pequeña (nació en noviembre del 2020) y solo lo ha visto por cámara este último tiempo. Él se va un mes, vuelve dos semanas, se va otro mes… ahora ya lleva un mes y medio. Nuestra hija debe pensar que es el señor de la tele (ríe), porque lo ve por zoom. Lo reconoce, porque se levantan juntos todas las mañanas. Lo vestimos para que vaya a entrenar. Todos días hace eso con él, así que yo creo que lo extraña. Pero el esfuerzo valió la pena.
- ¿Cómo enfrenta Alberto su enfermedad? - Su discapacidad va avanzando porque es degenerativa, pero eso le hace disfrutar más el presente que cualquier otra persona. Eso es lo que más me enamoró de él, y hoy les enseña a sus dos hijas que deben vivir los momentos con alegría. Él hace lo que le gusta y lo mantiene vivo. A su madre le dijeron que él no iba a durar muchos años, pero la Teletón lo ayudó. Alberto es la única persona con el síndrome de Charcot-Marie Tooth que ha durado mucho y que además tiene dos hijas.
- ¿La preparación fue muy compleja? - En cuarentena no podía entrenar porque no había recinto. Después volvieron los deportistas y a él no lo dejaban porque lo consideraban persona crítica. Faltaba un año para los Paralímpicos y estaba nervioso. Yo entré en pánico. Lo veía triste y muy mal. Su entrenador no podía venir y yo estaba embarzada. Hacía todo mi esfuerzo para ayudarlo a hacer ejercicios. Él necesita ayuda para hacer abdominales y yo a veces no me podía el cuerpo.
- ¿Y qué medida tomó al respecto? - Se me ocurrió escribirle a la ministra Cecilia Pérez por Instagram. Nunca había hablado con ella. Me respondió de inmediato, me llamó y me dio solución. Me puso muy alegre que me escuchara. Allí pudo volver a entrenar. Cuando estuvo inactivo, sus piernas se empezaron a atrofiar. Estaba mal física y mentalmente. Lo de contactar a la ministra fue una medida de urgencia. Sé que Alberto se iba a enojar conmigo (ríe)
- ¿Por qué? - Porque no le gustaba que me metiera, pero ya era mucho. Él estaba viendo a sus contrincantes y veía todo muy difícil. En Brasil ya estaba todo normal y acá no pasaba nada. Yo quería ayudarlo y por suerte funcionó. Me agradeció porque a partir de eso, quedamos cercanos con la ministra. Están atentos a sus necesidades.
- Antes de volver a Chile, estuvieron en Europa. ¿Quién costeó eso? - Sí, nos fuimos a vivir a España el 2019. Allá hizo un concentrado. Nos costeamos todo como familia para poder ir a entrenar. El Ministerio del Deporte nos ayudó a salir y nos dio los certificados acreditando que no íbamos como turista, sino a trabajar, y nos ayudó con los trámites. Pero el Comité no tenía suficientemente dinero para costear, así que decidimos ir igual. Fue autofinanciamiento. Alberto tiene la suerte de que el BCI, su trabajo, respeta todos sus viajes. Es un lugar muy inclusivo.
- ¿Qué le dijo usted cuando le ofrecieron competir por Estados Unidos? - Yo le dije que lo iba a apoyar en lo que él quisiera. Pero Chile es todo para él. Esa oferta fue un tema emocional, porque había otro país que le podía ofrecer mucho más de lo que su país le ofrecía. Pero menos mal que las autoridades se movieron de inmediato y pudieron ayudarlo a cubrir alguna de sus necesidades. La madre también le decía lo mismo. Que estaba de acuerdo si se tenía que ir, íbamos a tener que acompañarlo, pero que lo apoyaríamos en cualquier caso.
- ¿Y ahora pudieron conversar? - Hablé recién con él. Está feliz. Siente que podía dar más, pero está contento con el resultado. Siente que su medalla de oro abrió una puerta a las personas en situación con discapacidad y quieren hacer deporte. Que no se cierren a la oportunidad y que abran sus mentes que sí se puede. Es la gran fortaleza de esta medalla.