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Hernán Rivera Letelier trasladó a la pampa, al lugar más seco del mundo, la historia de Expedito González, el misterioso varón que llegó un día al campamento de Coya Sur en medio de una gira por las oficinas salitreras y dejó a todos pasmados por sus malabares con la pelota. En su novela El Fantasista, el escritor chileno cuenta la historia de un clásico muy especial porque no tendrá revancha. Tras el duelo entre Coya Sur y María Elena el campamento se cerrará, sus habitantes deberán emigrar a otros puntos y la cancha vacía quedará como vestigio de ese último lance. Por eso, este acróbata inesperado, aparece como la opción de ser el gran refuerzo que les permitirá ganar el último partido del mundo.

La novela de Rivera Letelier fue adaptada al cine en una película brasileña, El Último Juego, recientemente exhibida en el Primer Festival de Cine y Fútbol de Tocopilla. Las maromas de este misterioso personaje no ocurren en el desierto sino que en la frontera entre Brasil y Argentina.

El Fantasista de Rivera Letelier hacía lo que quería con la pelota. La dominaba con cualquier parte de su cuerpo. La adormecía a velocidad y distancia, dejaba a todos boquiabiertos con su control prolijo del balón. Expedito González era muy bueno para la pelota, pero no sabía jugar fútbol y él mismo lo reconoce. Una cosa es ser un as de la pirueta, un experto en la cabriola y otra es poner estos atributos al servicio de un juego colectivo. El fútbol es, enhorabuena, un deporte colectivo, donde la calidad individual de los intérpretes marca una distinción, pero donde lo grupal es la esencia de la estrategia, de la preparación, de la forma cómo se afrontan y desnivelan los partidos.

Hasta hace poco a Lionel Messi se le criticaba feroz e injustamente en Argentina por no haber ganado “nada” con el seleccionado. Se consideraban agravantes una final de un Mundial y dos finales perdidas en Copa América. La crítica se vio atenuada con la obtención de la Copa América en Brasil, pero se le sigue achacando que no es campeón del mundo. No es tan fácil ser campeón del mundo y ninguno de los cracks que lo han conseguido, ni Pelé, ni Maradona, ni Zidane, ni Ronaldo, ni Beckenbauer, lo hicieron solos. La lista de maravillosos futbolistas que no fueron campeones del planeta incluye a hombres como Puskas, Di Stéfano. Cruyff, Zico y, hasta ahora, a Messi y Cristiano Ronaldo. Ellos tampoco perdieron solos.

David Pizarro era conocido como el Fantasista y la verdad es que el apodo le calzaba perfecto. El porteño hacía cosas en la cancha impredecibles, con una técnica privilegiada, una precisión asombrosa y un sentido de anticipar el juego que deslumbraba. Al comienzo de su carrera era, un poco, como Expedito González. Tomaba la pelota y no se la pasaba a nadie. Hasta que en Italia dejó de ser sólo bueno para la pelota para convertirse en un futbolista magnífico. Empezó a utilizar todos esos rasgos en el juego colectivo, hasta crecer y brillar en el Inter, en la Roma y volver a la Selección para ser campeón de América en el 2015.

En el fútbol siempre deslumbran los buenos para la pelota. Pero los que se mantienen en el tiempo, son los buenos para el fútbol. No sólo Los Fantasistas.