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Leonel Sánchez es uno de esos personajes que no necesitan que se mencione su apellido para saber de quién estamos hablando. Leonel es Leonel, quizás el jugador más importante en la historia de la Universidad de Chile, el emblema máximo del Ballet Azul, ese equipo que durante una década marcó una bisagra en el fútbol nacional, un plantel que sigue siendo un faro, una referencia en el cuadro azul. Leonel es el zurdo que le hizo un golazo a Lev Yashin, el mejor arquero del mundo. Leonel, con ese golazo, fue el provocador de “Justicia divina”, la frase más recordada de Julio Martínez, uno pródigo en frases para el bronce. Leonel es el que respondió con un combo bien puesto al defensor italiano Mario David que le había pegado todo el partido en el triunfo chileno ante Italia en pleno Mundial. Leonel es el que anotó cuatro goles en el Mundial de 1962, encabezando junto a otros ilustres la tabla de goleadores. Leonel es tan grande que cruzó la vereda, jugó en Colo Colo y fue campeón en 1970, ganándose el respeto de dos hinchadas que separan aguas, colores, ídolos y concepciones. Leonel es el socio infinito de Carlos Campos, el máximo anotador en la historia azul. La frase “centro de Leonel, gol del Tanque” es un refrán que cualquier futbolero de buena cepa debe conocer.

Pero Leonel es mucho más que eso. Es un mito, una leyenda, es historia pura. Cuando Leonel entraba al estadio a presenciar algún partido de la U se tardaba en llegar a su asiento. Hinchas por decenas, por miles, lo saludaban, se fotografiaban con esta figura que representaba un club, un fútbol, un Chile que ya no es el mismo. La mayoría de los autógrafos que firmaba Leonel eran para destinatarios que no lo vieron jugar, pero que crecieron escuchando las historias de este zurdo que le pegaba a la pelota como pocos en la historia de este balompié.

Hablar de Leonel es hablar de otros jugadores, que como él, cimentaron una historia irrepetible, que pese a las décadas transcurridas es proyectada de generación en generación. Porque una vez fuimos terceros del mundo y Leonel tuvo mucho que ver en eso.

Hablar de Leonel es hablar de amor por la camiseta, un amor imperecedero que jamás caduca. Porque en los peores momentos de la historia apareció para darle una mano a su querida Universidad de Chile. Leonel, sólo con estar presente, sólo con estar ahí, motivaba, inspiraba, generaba respeto, admiración y empatía. Un tipo bravo en la cancha, rudo en el rectángulo, pero sensible fuera de la cancha. Hablabas con Leonel y rápidamente sus ojos se llenaban de lágrimas, recordando a un ex compañero, a un rival empecinado, un golazo anotado.

Es probable que Leonel no tenga certeza de lo grande que fue, como suele ocurrir con las personas grandes de verdad.

No hay duda. Leonel es la U, la U es Leonel. Eso jamás va a cambiar. Por los siglos de los siglos.

Amén.