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Déjame vivir este sueño

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Tengo más de 40 y he visto a Chile dos veces campeón de América. Mi padre tiene más de 70 y ha visto a Chile campeón la misma cantidad de veces. El menor de mis hijos tiene 11 y ha visto a Chile ser campeón en dos ocasiones. Esta generación, dorada o cómo le quieran decir, nos cambió la vida. Así de simple. Así de fuerte.

El mejor sitial de una selección chilena fue el tercer puesto en el Mundial de 1962, una proeza que este año cumple seis décadas. Pero lo que ha hecho este grupo de jugadores destaca por su permanencia en el tiempo. Han sido más de diez años continuos con dos títulos continentales, dos clasificaciones mundialistas, una final de Copa Confederaciones y ubicar al seleccionado chileno muy alto en el firmamento. ¿Fue eso lo más importante? No. Lo más relevante de esta generación fue el cambio de mentalidad al que nos obligaron estos futbolistas. Este grupo consolidó una identidad, un estilo que hoy se ha extraviado, pero que forjó un respeto que se percibía en diferentes latitudes. Quienes trabajamos en esto fuimos testigos privilegiados de esta dinastía. Generaciones anteriores de notables cronistas y reporteros cubrieron derrotas. A nosotros nos tocó transmitir vueltas olímpicas. Suerte la nuestra. Fortuna. Destino y milagro. Y agradecimiento.

Es difícil que Chile clasifique al mundial de Qatar 2022. Requiere de una serie de combinaciones. En el análisis fino incluso podríamos asegurar que esta versión de la Roja no ha demostrado los méritos para acceder a la cita planetaria. Pero eso no cambia el análisis sobre una generación que está cerca de decir adiós.

Las generaciones no son eternas en ninguna parte. Lo que le pasa a Chile le sucedió a muchas naciones. Generaciones extraordinarias que lograron grandes resultados, jugadores que se convirtieron en históricos, estrujaron el proceso hasta extraer la última gota y luego dieron paso a una transición. En algunos casos el proceso ha sido paulatino. En otros, traumático y los grandes momentos fueron irrepetibles. No sabemos cómo será el proceso chileno, aunque no se atisban señales demasiado halagüeñas.

Este grupo de jugadores logró emparejar la cancha. Nos hizo creer que ganar era posible, no una quimera. Nos obligó a refinar el paladar. Subir la vara. Lo hizo en base a un esfuerzo enorme, a una mentalidad ganadora, a un gen competitivo inclaudicable y merced a notables condiciones. Porque esto no resulta sin buenos jugadores de fútbol. Muy buenos. Varios de ellos pelean por estar en los mejores de todos los tiempos en sus respectivos puestos.

El análisis coyuntural, la crítica constructiva y necesaria es un ejercicio saludable, pero en ningún caso se contradice con la perspectiva de una generación única que está cerca del último adiós.

Alguna vez soñamos con ganar. Crecimos viendo celebraciones ajenas. Con algo de envidia, acumulando deseos y esperanza. Hasta que un día se pudo. Y el sueño más hermoso que habíamos tenido se volvió realidad. No hay nada más hermoso que soñar y que se cumplan tus anhelos, tengas más de 40, más de 70 o apenas 11 años y la vida entera para seguir soñando.