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Nunca en la historia había costado tanto disputar un campeonato nacional. Nunca. Ni en los albores del profesionalismo, donde todo era voluntad y ganas. Ni en los peores momentos de la República, donde los chilenos nos matamos entre nosotros. Ni cuando la naturaleza nos remeció con fuerza con los sismos más grandes registrados en la historia moderna.

Nunca.

Nunca se habían suspendido tantos partidos por la autoridad política. Ni cuando el deporte era la asignatura que estaba al final en la fila de las prioridades (¿cambió eso?), ni cuando las autoridades vestían uniformes y nadie las elegía, ni cuando gobernaban sus provincias, regiones, con brazo de hierro.

Nunca.

Nunca en la historia la competencia había sido raptada sin arbitrio alguno por quienes asisten al estadio a generar desmanes y creerse los verdaderos dueños del espectáculo. Nunca, pero nunca, la autoridad había programado tantos partidos en horarios surrealistas, con condiciones ajenas a toda la lógica, sólo para evitar un nuevo capítulo de una lucha en donde lanzaron la toalla hace rato a la lona.

Nunca se habían jugado tantos partidos sin público visitante. Nunca en la historia se habían jugado tantos pleitos a puertas cerradas. Nunca los clubes habían sido administrados por una generación tan mezquina en visiones a largo plazo y pendiente de lucrar con una actividad a la que desprecian fervientemente. Nunca el fútbol, las competencias, los clubes, las divisiones menores, los entrenadores, los futbolistas, habían sido tan maniatados por los representantes de jugadores, quienes han convertido a las instituciones en una vitrina por donde pasan jugadores, sin ninguna visión a mediano plazo siquiera.

Nunca.

Hemos tocado fondo.

Hagan algo.

O esto se va a morir.