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Cuando los árbitros vestían de negro

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Me crie en el estadio, en otra época. Cuando los árbitros vestían de negro, cuando ibas a disfrutar del juego y podías aplaudir no sólo a los buenos jugadores de tu equipo sino también a los del rival. Cuando comprabas la entrada en la ventanilla del mismo recinto, cuando llevabas cocaví desde tu casa y compartías con el vecino, aunque tuviera una camiseta de otro color. Una época en que las hinchadas iban a ser testigos del partido y lo relevante ocurría en el verde esplendor. Una época en donde lo trascendente estaba dentro y no afuera.

Una época sin partidos de vida o muerte.

No confundirse. La nostalgia sin contenido es un atajo directo al pantano. No es verdad que todo tiempo pasado fue mejor. No es cierto que los de antes eran más nobles o ilustres. Pero sí es cierto que en el camino se extravió buena parte de la sustancia de un juego que una vez nos hizo felices.

Presenciar la Copa Chile nos direcciona a partidos donde a veces se miden equipos profesionales versus cuadros que sobreviven a duras penas. Muchos nos criamos con ese fútbol, lejos de las luces y los focos, antes de las redes sociales, los virales o los memes. La diferencia en cancha suele ser sustantiva y evidente. La diferencia, a veces, está en la concepción y misión de club. En ese lugar el equipo grande puede aprender del chico, para no extraviarse solamente en el mercado bursátil. Porque la bolsa de valores aún no puede explicar por qué un niño sonríe cuando corre detrás de una pelota que acaba de golpear con el pie en dirección desconocida.

Hoy los jugadores son atletas. Enhorabuena, pues eso les permite estirar sus carreras por varias temporadas más. Los que juegan, con sus defectos, carencias, siguen siendo el eslabón más relevante de esta cronología. Sin futbolistas y sin una pelota no se puede jugar más.

Hace un par de semanas falleció Jorge Américo Spedaletti, un jugador al que muchos no vimos jugar pero del que aprendimos antes de la era de Google. Herencia pura, historia que se transmitían de generación a generación. La oralidad como herramienta para eludir el olvido y proteger la memoria.

Antes de hablar de recambio, antes de lamentar los últimos destellos de la generación dorada, antes de ir a la FIFA por el caso Byron Castillo, antes de hablar de espejismos o realidades, no olvidemos por qué llegamos acá. Por nuestra biografía. Por el gusto de ver una pelota rodar. Desde tiempos inmemoriales. Desde la época en que los árbitros se vestían de negro y no necesitaban ir al VAR.