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Damián Pizarro es bueno. Bueno en serio.

Damián Pizarro tiene un potencial enorme. Sin duda. Protege bien el balón, juega con el cuerpo, sabe moverse de espaldas al arco, se asocia con los compañeros, no es nada de torpe con la pelota en los pies.

Damián Pizarro ha hecho pocos goles. Muy pocos.

Damián Pizarro tiene pocas nominaciones a la selección.

Los trascendidos dicen que llegó una oferta superior a los seis millones de dólares, aunque nadie conoce la propuesta formal. Dicen que llegó de un discreto equipo belga que nunca ha pagado tanto por un futbolista. Lo cierto es que el pase de los jugadores vale lo que terminan pagando por ellos. El resto son especulaciones.

La crítica debería ser siempre profesional y no definitiva. Porque esto es fútbol, un ambiente donde las certezas se puede estrechar porque a veces la pelota pega en el palo y se va afuera y todo lo construido parece esfumarse en un santiamén.

La prudencia indica que no es bueno enrolarse en los extremos. Pero esto es fútbol y las posiciones polares suelen ser muy atractivas para el gran público.

Como suele ocurrir con las apariciones fulgurantes, muchas de las esperanzas depositadas en Pizarro hablan más de quien las menciona que del propio futbolista. La tentación de encontrar al próximo Alexis, Vidal, Bravo, Medel, es historia antigua. Porque antes también existía la tentación de encontrar al nuevo Leonel, Elías o Caszely. Damián Pizarro padece, en ese sentido, una carga que no es propia y que habla mucho más de nuestras carencias que de sus condiciones.

Dicho esto, debe terminar su proceso de formación. Olvidarse de los lugares comunes y de los ejemplos que no vienen a lugar. Que en otras latitudes los jugadores a su edad ya están hechos. Que Alexis ya estaba en Europa. Que los medios lo inflan demasiado. Enfocarse en reforzar sus capacidades y mejorar sus ripios, que siguen siendo nítidos. Porque un delantero, por bien que juegue, por condiciones que tenga, debe afinar su puntería. Decir eso no es liquidar al futbolista. Al contrario. Es confiar en sus capacidades.

Porque Damián Pizarro, ya se dijo, es bueno en serio.

No apure, que le falta. No acelere, que ya llegarán los goles, las nominaciones y alguna propuesta real, no un riflazo que llega en el momento oportuno para desviar los focos a otro lugar.