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El tiempo es sabio y suele ubicar los procesos y los nombres propios en el lugar que corresponden. La reacción inmediata suele ser extrema. El mejor de la historia, el peor momento, sentencias que escuchamos o leemos con frecuencia cuando la evaluación se hace con la pelota todavía caliente. Sin embargo, la distancia es el mejor paliativo para esas máximas excluyentes.

Durante mucho tiempo fue popular pegarle duro al equipo que jugó el Mundial de Francia ‘98, partiendo por la caricatura que aún persiste hacia su entrenador, Nelson Acosta. Análisis que miraban sólo un arco, el defensivo y que crearon un universo paralelo que decía que Chile era un equipo conservador en extremo. Raro, extraño, injusto, considerando que la Roja fue el equipo más goleador de esas eliminatorias, Iván Zamorano fue el máximo artillero y Marcelo Salas su escolta en el recuento goleador.

Han pasado 25 años y la importancia de ese plantel no está sólo en los resultados, que ya fueron relevantes. Chile empató los tres partidos de la primera fase y accedió a octavos, donde cayó con Brasil, misma meta a la que llegaron los equipos de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli, por ejemplo. Pero el gran mérito de ese equipo fue que logró instalar a Chile otra vez en el escenario internacional, donde habíamos sido excluidos por tramposos. La memoria es frágil, pero el archivo no muerde. En 1990 la selección fue sancionada por el escándalo del Maracanazo y Roberto Rojas. No jugamos las clasificatorias rumbo a Estados Unidos ‘94. Éramos los tramposos del vecindario, los parias, una generación completa de buenos futbolistas vio pasar el tren sin siquiera poder recorrer la vía. Clasificar a Francia ‘98 fue mucho más que acceder a un Mundial. Fue volver a ser parte de la fiesta.

Era otro Chile, un país excesivo, donde los medios de comunicación gastaban dinero a raudales. Se hablaba de los Jaguares de Sudamérica, del Fasat Alfa, del Iceberg de Sevilla. El acceso a crédito estaba a la mano y Francia se repletó de chilenos y chilenas. En el primer partido jugando en Budeos, el 11 de junio, la Roja enfrentó a Italia. Ese día en las gradas había más chilenos que europeos.

Para muchos, ese fue el primer Mundial del que tenemos recuerdo. Y recitamos la formación de memoria. Tapia; Fuentes, Margas, Reyes; Villarroel, Parraguez, Acuña, Rojas; Estay o Sierra; Zamorano y Salas.

El detalle dice que no ganamos ningún partido y es cierto. Que la Roja debió vencer a Italia y sobre todo a Austria. La memoria emotiva nos recuerda que Ivica Vastic nos apuñaló donde más duele, en el sueño y la esperanza, cuando empató para los austríacos en la última jugada del partido. Pero el tiempo puso a ese grupo en su lugar, cuando se cumplen 25 años del Mundial. Volvimos a la fiesta, mirando a los ojos, sin bajar la vista por la vergüenza. Y eso vale demasiado.