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La obsesión por ser unánime

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La discusión futbolera es sabrosa, entretiene, nutre de conocimiento cuando se plantea en esos términos, pero no es unánime ni definitiva. Enhorabuena no es unánime ni definitiva. Es individual y responde mucho más a motivos biográficos, personales, intransables y que no necesitamos justificar. Sin embargo, existe una especie de obsesión por llegar a una respuesta definitiva cuando en rigor no es necesario.

El título argentino en el Mundial de Qatar instaló el debate sobre el mejor futbolista de la historia. La verdad sea dicha, es una discusión que la realidad argentina ha logrado trasladar al orbe. Messi o Maradona. Maradona o Messi. Pelé. Pareciera que el debate se concentra en esos tres nombres, lo que ya es bastante relativo.

Me defino como maradoniano, por un asunto de edad. El Mundial del 86 es el primero que recuerdo y el desempeño del 10 trasandino es una de las actuaciones individuales más notables de todos los tiempos, marcando a una generación completa. Y a dos también.

Me defino como maradoniano, pero sería un ciego al no admitir los enormes argumentos en favor de Lionel Messi en este debate. Su permanencia en el tiempo, la cantidad de años en el pináculo del fútbol mundial, la estadística y su carácter universal son inmensos.

Me defino como maradoniano, pero considero que Pelé es el mejor futbolista de todos los tiempos. El brasileño cambió la historia de este deporte, lo convirtió en un fenómeno mundial, ganó tres Copas del Mundo y anotó más de mil doscientos goles.

¿Por qué soy maradoniano entonces? Porque marca mi biografía. Por gusto personal. Porque es el único futbolista que logró conmoverme. Porque es un personaje con impacto cultural, político, social. No porque sea necesariamente el mejor.

Es más, hay nombres que perfectamente podrían entrar en una discusión. En Europa consideran a Alfredo Di Stéfano el mejor de todos. Johan Cruyff debe ser el personaje más influyente en el fútbol, como jugador y entrenador. Zinedine Zidane llevó a Francia a lugares donde nunca había estado. Puskas, Kempes, Garrincha.

Al final la respuesta es única. Porque si me preguntan quién es el más grande de todos, diré Luis Martínez, el ídolo total de mi infancia. Y dudo que me mueva de ese lugar.