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No me arrepiento de este amor

¿Por qué somos hinchas del equipo de fútbol que alentamos? Hay varios motivos. Herencias familiares suele ser la razón principal. Cuando vamos a la cancha es nuestra biografía la que entra al gramado. El equipo del padre, de la madre, del abuelo que nos llevó al estadio cuando aprendimos a caminar. A veces somos hinchas desde la cuna. Incluso antes.

A veces somos hinchas por el entorno. Nos toca crecer en un grupo donde el latido por unos colores nos hace mucho más sentido que otro. El grupo nos lleva. Encontramos identidad en tiempos en donde cuesta tanto identificarse con alguna idea, concepto, religión o tendencia.

Somos hinchas porque nos toca convivir con un equipo de ensueño, uno que marca épocas, que traza rutas a seguir, que hace recuerdos y se convierte en leyenda imperecedera. Un ídolo nos provoca una huella que nos influye la vida entera.

En ocasiones es por geografía. El equipo del barrio, de la ciudad en la que nacimos o crecimos, el que nos lleva a la infancia o a los momentos claves de la vida.

A veces por razones y motivos inesperados. Conozco muchos casos de hinchas que se transforman en aficionados de un club sin contar con ninguno de los rasgos anteriores. Nadie en la familia es de dicho equipo, no viven cerca del estadio, entre el grupo de amigos son minorías (a veces únicos), son hinchas de clubes que ganan poco, así que la acumulación de coronas no es el motivo central. Simplemente sucede. Y no tiene remedio ni antídoto.

Por eso no existen hinchas mejores que otros. Por eso aún no entiendo la pelea entre aficionados que creen poseer el elixir genuino de la fidelidad deportiva. Esos que cuestionan que al vecino le guste otro club, aunque gane, aunque pierda, aunque no salga campeón, aunque gane todos los días.

Ser hincha de un equipo nunca es fácil. Ni siquiera para los que ganan siempre o son muchos y muchas en cantidad. Tampoco para los que ganamos nunca. Todos nos aferramos a algo real, a algo genuino, a un factor que creemos que nos hace diferentes. Y eso es válido en todos los colores y latitudes. Porque si hay algo que no se puede cuestionar y nunca claudica, es el amor por el equipo de toda la vida.

Por eso en estos tiempos de fútbol que se conjuga en euros, que se transa en bolsa, que es capturado por representantes y grupos de poder, tiempos en que la violencia nos obliga a ver partidos con poco público, a puertas cerradas, en estadios lejanos con tristeza peregrina, es menester recordar por qué nos gusta lo que nos gusta. Quizás veremos con algo más de empatía al que creíamos rival enconado. Le queremos ganar, obvio, con tantos deseos como él quiere vencernos. Al final veremos que no pasa nada. Que es sólo fútbol. Y que siempre habrá otro partido por jugar.