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Siga, siga. Juegue, juegue. Darle más ritmo al juego, no detener el partido ante mínimas fricciones, promover que el tiempo efectivo sea el mayor porcentaje posible. Era un clamor popular que los jueces de la competencia optaran por darle más ritmo al juego. Siga, Siga. Juegue, juegue, por favor.

Pero una cosa es darle ritmo al juego, incentivar el juegue-juegue y otra cosa, muy diferente, es dirigir mal.

Al igual que los futbolistas y los entrenadores, los jueces ingresan a la cancha dispuestos a exponer su mejor desempeño. Son profesionales, se juegan continuar en divisiones importantes, seguir creciendo en una carrera extremadamente difícil y competitiva y también se juegan su nombre, su prestigio. Nadie quiere dirigir mal.

Las últimas temporadas han sido turbulentas en la estructura central del referato chileno y eso, indefectiblemente, ha tenido su correspondencia en cancha. Desde la salida de Enrique Osses como encargado de la comisión de jueces, cuesta un montón volver a enderezar el buque. Primero bajo la administración de Jorge Osorio, luego con la polémica presencia de Javier Castrilli, quien llegó desactualizado en cuanto a las normas y con la intención de dar un profundo golpe de timón, con el despido de varios árbitros en plena competencia.

Así como en los jugadores hablamos de un recambio para la generación dorada, los árbitros chilenos bajo la conducción de Roberto Tobar también están en período de recambio. Varios se fueron, un montón de caras nuevas vemos en Primera División y al igual que los futbolistas, los primeros partidos de algunos jueces se notan y la experiencia los convertirá, esperemos, en mejores referí para la competencia. Este año probablemente será una temporada de transición para los árbitros. Y eso tiene un costo.

Pero una cosa es siga, siga y otra dirigir mal. Y semana a semana hemos visto varias decisiones que son, sencillamente erradas, pese a la herramienta del VAR. Unas son faltas de criterio, otras son interpretables y otras inexplicables, como el penal evidente que José Cabero no quiso cobrar en el partido entre Curicó y O’Higgins ante infracción evidente contra Federico Castro. Un jugador llega a la pelota, el otro no. Uno conduce el balón, el otro no. Hay contacto que impide seguir la maniobra. No cobrar ese penal, viendo el VAR, no es juegue, juegue ni siga, siga. Son errores que no tienen explicación.