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He recorrido mil lugares, caminos
he visto luna, mares y amaneceres
escuché canciones hermosas
sentí el éxito abrazarme
pero en mi mente solo una melodía
solo una canción
volver
volver y mostrarle a mis hijos mi cordillera
mi mar, mi tierra
esa querida tierra que me vio nacer
volver a abrazar a mis padres que es volver a vivir.

Estos versos los escribí por allá por diciembre de 1976, cuando recién había sido elegido como el mejor futbolista de América por tercera vez consecutiva y ya contaba diez largos años viviendo entre Uruguay y Brasil, logrando todo lo que me había propuesto, pero lejos de Chile, de mi país.

Volver. Suena tan simple decirlo, pero tan potente cuando se está lejos. Volver a pisar la tierra propia genera un sentimiento extraño. Es como volver a ser un niño entusiasmado por recibir el primer balón de regalo en una Navidad o cumpleaños.

Llegar a casa, sentir el mar de cerca, mirar la majestuosa cordillera es un golpe de energía tremendo. Una motivación extra para demostrar que se vuelve en plenitud de condiciones.

Así fue para mi y logramos ganar la Copa Chile 1977 y el Torneo Nacional 1978 con Palestino. Imagino que algo parecido sintió Iván Zamorano cuando decidió volver a Colo Colo, o Marcelo Salas al llegar a la U, y tantos otros que han vuelto a jugar en los pastos nacionales después de tantos años viajando por el mundo.

Imagino que para Humberto Suazo es una experiencia similar. Ahora debemos verlo en la cancha, donde siempre es un gusto ver a este tipo de goleadores.

Una cosa más: tiene recién 33 años. Respetémoslo.